Se llama Daniel Valencia y oyó allá donde vivía, en Colombia, que en España su existencia cambiaría no más llegar. Pero le pasó lo que le ocurrió a Mehran Karimi Nasseri, el refugiado iraní que recurrió a Europa para pervivir lejos de la ruina maléfica de su país. Mas carecía de derechos donde llegó y vivió más de 18 años en la terminal del aeropuerto Charles de Gaulle de París. Daniel asentó en su estima esa constatación. Porque de aquel “es fácil”, nos necesitan y encontraremos trabajo pronto, vio cerradas todas las puertas de la prolongación. Su vida (como la vida de Nasseri) se redujo al límite, al lugar de la escisión, al territorio en el que sigues siendo el mismo que partió y te restriegan por las narices que te encuentras en un espacio que no te reconoce. Recuerdo una anécdota provechosa al respecto. Yo vivía en Copenhague y como me encontraba cerca de Estocolmo me decidí a visitar la ciudad que contuvo en su útero a dos de los autores que más admiraba entonces: August Strindberg y Ingmar Bergman. Tomé una guagua y recorrí Suecia desde su punta sur-este hasta el extremo de la capital. Llegué, la civilización me saludó. Así que recorrí los diversos puntos de información en busca del español que me confortara. Encontré. Una chica muy bella y agradable me atendió. Y descubrió que me había movido desde Dinamarca a su país sin haber hecho reserva de hotel alguna, sin ninguna previsión. “Lo tiene mal”, me dijo; “tres congresos internacionales y todo lleno”. Lo cual me puso en el brete de los desplazados, o lo que es lo mismo, los países refinados como aquel no atienden a las excepciones del que hasta allí accede, no sustancia en su bien el cauce de los errabundos, sean de donde sean. Así es que me vi como en esos casos se ven o se han visto los desconocidos y no reconocidos; o durmiendo en un banco de la dicha terminal o, porque yo soy europeo también y me dejan caminar por el resto de Europa, buscando un puente donde poder pernoctar. El caso de Daniel Valencia cuadra al respecto: todos los ahorros gastados en el billete de ida y vuelta para entrar, 400 euros de resto o, lo que da igual, 100 euros al día para sobrevivir, cuatro días de margen. Allá (en Colombia) una familia (padre, madre, hermanos) en la indigencia que necesitan la temeridad del nuevo Colón que se movió. Cuatro noches durmió en el aeropuerto; no lo dejaron traspasar la frontera. Eso somos; siempre afirmamos el principio indiscutible de la propiedad.