Era tal el agotamiento que sufría el sábado, tras una semana intensa de comidas y de cenas, que me sobrevino la fiebre y fuertes dolores musculares. Aunque estos últimos lo fueron más porque me empeñé en trasladar de sitio, yo solo, dos estanterías llenas de libros. Ya no estoy para esos trotes, pero no me entero -o no me quiero enterar- de la edad que tengo y acometo tareas imposibles, que al final terminarán conmigo. Me encontraba el sábado literalmente agotado, me acosté y al minuto dormía profundamente. Mini se contagió del cansancio, la subí a mi cama y se durmió a mi lado hasta el día siguiente a las ocho de la mañana que me pidió que la bajara para hacer sus necesidades. En La Orotava había un señor que, en la plaza del Llano, decía siempre a los parroquianos que querían escucharlo: “Hay perros que son más inteligentes que los dueños”. Y añadía, como conclusión de la ocurrencia: “Por ejemplo, el mío”. Lo que sí existe entre los dueños y sus perros es el mimetismo; yo le contagié a Mini mi cansancio: me lo nota y se cansa ella también, lo cual me da a entender que el señor de La Orotava que pronunciaba aquella sentencia no iba tan descabellado. Con los años me ha dado por antojos. Hace un rato pedí comida china porque me entró un súbito apetito de esos manjares orientales, superada ya la neura del covid, de cuando uno pensaba que porque el portador del arroz tres delicias era chino ya tenía que ser trasmisor del virus. Yo creo que el mundo se está volviendo loco, tan loco que le han dado a Messi, otra vez sin merecerlo, el trofeo al mejor jugador de un Mundial hecho a medida de Argentina. Tengo fuerte calentura y he decidido retirarme del fútbol.