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Engañar a la melancolía

Creo que es en una canción de María Dolores Pradera donde se habla de que es necesario engañar a la melancolía. No sé cómo se consigue esto, porque después de la reclusión pandémica la melancolía está presente en muchos ciudadanos, que no se pueden librar de ella. No se ha estudiado, que yo sepa, las consecuencias reales de aquella terrible reclusión. Si les hablo por lo que me ocurrió a mí, les diré que me olvidé de caminar. Y ahora, cuando intento pasear por las calles, parezco un zombi. Todos los médicos que conozco me proponen media hora de caminata diaria en terreno llano y tranquilamente, pero no soy capaz. No es tanto una cuestión de fondo físico como de estilo. Tuerzo el paso, voy tropezando con obstáculos inverosímiles y me salen agujetas muy incómodas. Tengo que calzarme unos tenis anchos para no parecer una patinadora búlgara y que la gente piense lo peor. No sé, voy a tener que acudir a un rehabilitador de pasos perdidos, a ver si encuentro los míos, que se quedaron en los dos años terribles de estar en casa. Además, como quiero llevar a Mini a esos paseos y la pobre sólo tiene tres patas, estoy pensando regalarme por Reyes un carrito que me sirva a mí de taca-taca y a ella de vehículo. Porque hasta Mini me ha dicho que no quiere ir caminando de mi casa a San Telmo, que son cien metros, sino que la lleve en brazos, una vez, eso sí, hechas sus necesidades en la puerta del negocio de mi amiga Consuelo, que es una santa. Yo también tengo que sufrir ciertas adaptaciones post pandemia para lograr el estado de mi propio bienestar. Y el de Mini, claro, mucho más importante que el de su dueño.

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