Comienza un año dentro de dos días y otra vez está el cronista desasosegado por si le viene o no la inspiración. Una amiga me preguntaba la semana pasada si me seguía gustando escribir. Le dije que cada vez menos, pero cuando no lo hago añoro el puto folio, así que estaré ligado a él de por vida. Por otra parte, ahora resulta que lo que hago interesa a las editoriales y me han hecho otro encargo para abril. Todavía no tengo idea de lo que voy a escribir, quizá un ensayo sobre el humor; está claro que algo se me ocurrirá, como pasa siempre. Una crónica no es más que un pensamiento ampliado o una noticia comentada. Cualquiera de las dos acepciones valen para definirla. La crónica no muere nunca, yo creo que es lo único que no muere nunca del periodismo, sobre todo ahora cuando tantas guerras hay y cada guerra ha de tener sus crónicas habladas o escritas y entonces, en este último caso, el puto folio renace con las bombas. Yo cada noche sintonizo la CNN, singularmente el programa de Erin Burnett, que me parece esplendido por lo sencillo de su expresión y la calidad de los intervinientes y de las imágenes; incluso los ojos azules de la presentadora me encantan. Hace mucho tiempo que estoy siguiendo a esta periodista que da muy bien en pantalla y que maneja la información con estilo y deseos de ser imparcial. La CNN, para mí, sigue siendo un referente de la información, aunque hay otras cadenas excelentes, sobre todo europeas, como Euronews. Empieza el año con pocas esperanzas de paz, por lo que se oye, lo de Ucrania no tiene fin y yo no sé, no me imagino, la solución de esta guerra. Seguiremos metidos en las crónicas, a ver.
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