después del paréntesis

Las astucias del saber

Ocurrió en el año 1985. En la pantalla del televisor se percibió la inquietud de un personaje en un palco. La toma pasó a una valla en ese campo de fútbol. Una puerta se abrió y el hombre airado caminó hacia el banquillo de su equipo. Se enfrentó al entrenador y lo obligó a desplazarse hasta el extremo del asiento. Eligió a tres futbolistas de los suplentes. Pidió los cambios. Siguió atentamente el desarrollo del encuentro de pie. Al final del partido todos se abrazaron. El Ayax, que perdía por 0 a 2, ganó por 3 a 2 el partido. El hombre inquieto se llamó Johan Cruyff; el melifluo, Leo Benhaker. Lo importante no es ganar, enseñó Cruyff; es no perder de vista lo que somos. Y mostró en sí un mérito portentoso: fue el hombre de este mundo que mejor supo entender ese deporte que se llama fútbol. Y por eso alcanzó responder son sobriedad a lo que se llama balón pie. Mirar al rival no es malo; es imprescindible para conocerlo. Lo estrafalario es correrte de miedo después de conocer al rival o montar tu historia sobre los éxitos del rival al punto de convertirlos en tu ruina. El club de fútbol de España al que llegó Cruyff ha procedido de ese modo; un enemigo a imitar en todos sus detalles o desconsiderarlo hasta la inquina. Por eso el entrenador de ahora, que no ha pasado por segundo año la ronda previa de la Champion, proclama que el Barcelona (hoy, por ayer) es mejor que el Real Madrid. Y conocemos a presidentes patéticos en ese club, Joan Laporta. Cuando la gloria los cubre…; cuando la cosa pinta bastos han reproducido discursos más estrafalarios que la agonía. Cruyff llegó a Barcelona, iba a ganar, discernía como hacerlo. Por eso satisfizo un proyecto bien urdido y armó un equipo insólito. Este sí que tuvo agallas para comprometerse con la historia. Con procedimientos simples pero que nadie había leído. Hablamos (dijo) de un deporte espacial, luego el dominio del espacio es lo indiscutible. Así que inventó la presión. Pero los equipos ganan si marcan más goles que los otros. ¿Cómo? No tanto por la defensa porque todos defienden; por cómo coordinar el medio del campo con jugadores que sepan hacer jugar. Y un rudimento espectacular: el balón corre más que los jugadores. Es decir, en la vida de los hombres lo perentorio es saber para actuar y solo con esa competencia es posible el riesgo. Esos seres son en verdad los capaces en este mundo (al divino Bach me encomiendo); los otros dichos son unos pobres pusilánimes que alguna vez producen hasta vergüenza.

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