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Lección de amistad

Yo creo que la presentación de mis Memorias ligeras, el lunes en el Real Casino, fue una lección de amistad. Amistad la del Casino, en las personas de su presidente, su gerente y su personal. Amistad la de los intervinientes, por orden de aparición Juan-Manuel García Ramos, Manuel Zorrilla y Carmelo Rivero. Amistad la de un público que sonrió y se emocionó con las ocurrencias de los cuatro –me incluyo–. Un 5 de diciembre, con una semana de puente, se llenó hasta los topes el salón principal de la sociedad (unas 200 personas) y se vendieron más de 100 libros, algo insólito en un acto como este. La editorial que dirige Antonio Salazar flipa. Pero, más que nada, fue una lección de amistad que le hace a uno, a los 75 años, sentirse apoyado por un montón de gente que todavía le lee, le quiere y le valora. Las palabras dedicadas a mí que escuché fueron muy bonitas; y algo así como una voz que venía de ninguna parte me decía que, por fin, se hacía justicia. Disculpen la inmodestia, pero es verdad. Estoy hasta las pelotas de los ignorantes que me han ignorado. Y que me han negado el pan y la sal. Ahora me toca a mí. Y tengo que agradecer a Lucas Fernández que me haya incluido en su ley de las tropecientas oportunidades. Porque el DIARIO DE AVISOS, que me quitó tanto un día habiéndoselo yo dado todo, me ha acogido desde hace años, sencillamente dejándome publicar. Este artículo me sirve para dar testimonio del exitazo de la presentación, de la generosidad de los aplausos y, sobre todo, de las sonrisas de los presentes. Si uno no encuentra la oportunidad de reír, incluso de reírse de uno mismo, no vale la pena vivir.

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