Por Rafael Torres.| Como la derecha endilgó al Gobierno de Pedro Sánchez, desde el principio, la calificación de “ilegítimo”, es natural que, desde esa perspectiva, todo lo que haga le parezca “ilegítimo” también. Lamentablemente para esa derecha deslenguada, hiperbólica y montaraz, ese su mantra le nubla la percepción de algo que, bien mirado, sería más útil para sus intereses que el invento pueril de la “ilegitimidad”: sus errores. Eso, los errores, son los que desgastan a un gobierno (y a cualquiera), y no la cansina y sonrojante salmodia criminalizadora que esa rústica oposición cada vez más vencida a sus extremos emplea sin conseguir que se la crea nadie, ni ella siquiera. Mal vendedor de sus aciertos (los ERTE, el tope al gas, etc.), el Gobierno exhibe, por el contrario, una pasmosa capacidad para amplificar de cara a la opinión pública y a la publicada sus errores, pese a lo difícil que es amplificarlos más cuando, como en el momento actual, son tan gruesos, particularmente el del retoque del delito de malversación para ahormarlo al gusto de los independentistas catalanes, cuya insaciabilidad es, como se sabe, infinita. Ahora bien; si al muñidor del dislate se le llama de todo menos bonito, y se le pone de “tirano” y de “golpista” en ciernes para arriba, se pierde la maravillosa ocasión, tan benéfica para el pueblo al que han de servir los políticos, de razonar. El delito de malversación de caudales públicos, de tocarlo, debería, cual dicta la razón y el supremo interés público, tocarse al alza, esto es, elevando las penas a los truhanes que lo cometieren. Hacer lo contrario, rebajarlas para satisfacer a personajes como Puigdemont y cuantos desviaron bienes comunes al uso partidario de su triste aventura, es un disparate, pero hay que explicarlo, explicarlo bien, y no despachar el trascendente asunto con la sarta de insultos tabernarios a que la reacción, que cada vez reacciona peor a todo lo que no sea ella, nos tiene acostumbrados. Con el rollo de la “ilegitimidad” del actual Gobierno de la Nación, al que el “moderado” Feijóo parece haberse abonado también, se pierde mucho, el oremus sin ir más lejos. Dejando a un lado la obviedad de que el tal Gobierno es absolutamente legítimo, cabría preguntarse si lo que es ilegítimo de verdad es todo ese ruido desatentado que lamina la indispensable crítica inteligente. El Gobierno, con lo de la malversación, yerra gravemente, y la oposición, haciéndola tan insensata, también.