Adolfo Suárez Illana es yerno de ganadero y ha dejado la política por el campo y los toros. Es decir, por la vida de un ciudadano normal. Conocí a su padre en Londres, hace muchos años, en su primer viaje oficial al Reino Unido, invitados mi mujer y yo por el marqués de Perinat, a la sazón embajador de España en Londres. Luego traté a su hijo aquí y se quedó asombrado de que yo supiera -y él no- que Pepe Oneto disfrutaba de las estanterías del cuarto de los libros de su padre, porque compró el piso en el que vivió con su familia Adolfo Suárez, el gran presidente de la bendita Transición, en Puerta de Hierro. Yo creo que Adolfo Suárez Illana no tenía vocación política. Ni siquiera pudo heredar el título de duque de Suárez que el rey Juan Carlos concedió a su padre y que, a su muerte, heredó su hermana mayor y, tras el fallecimiento de ésta, fue a parar a una de sus hijas. Adolfo hijo vino aquí a presentar creo que un libro del senador Alarcó y estuve un buen rato hablando con él en el reloj de flores del parque García Sanabria. Una persona educada, un patriota, un enamorado de España y del legado de su padre. Ahora se va al campo, a disfrutar de la vida, y abandona la Mesa del Congreso, con todos sus privilegios. Lo ha alabado todo el mundo, la izquierda y la derecha. Quiero decir que la lección de los Suárez continúa. A su madre, Amparo Illana, también la conocí en Londres. Incluso unos amigos de la familia la llevamos a una discoteca, después de la recepción de aquella tarde en la Embajada de España. Una mujer simpática, vitalista, agradable. Nadie podrá pagar lo que ha hecho esta gente por España.
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