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Raro, raro, raro

Papuchi acuñó la expresión: raro, raro, raro. Y yo concluyo que este país está raro, pero no crean que las ocurrencias de Belarra, Yolanda, Irene y Echenique se producen sólo en España. Muchos países están igual de descerebrados; no son estas expresiones y comportamientos raros, raros, raros exclusivos de gentes de la España cañí. Existe como una locura colectiva que se va apoderando de nuestros conciudadanos y que a mí, como lector, me deja exhausto. Ni siquiera las vísperas navideñas, que deberían ser de paz y se amor, dan tregua a quienes cada vez están más exaltados y más amentecatados. ¿Ustedes recuerdan a aquel tío con cuernos que asaltó el despacho de Nancy Pelosi, presidenta que fue -me parece que ya no es, o está a punto de dejar de serlo- de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos? Pues está en el talego. Y los que asaltaron el Capitolio están también en el trullo. Y nosotros dictamos leyes a medida para que los que vulneren el orden constitucional y se rebelen contra el Estado no paguen por lo que hagan. ¿No me digan que esto no es ser un país raro, raro, raro? Aquí no tenemos al tipo de los cuernos del Capitolio de Washington, pero tenemos a Pavía, que posee la Gran Cruz Laureada de San Fernando y que acabó metiéndose en el Congreso de los Diputados a lomos de su caballo, para acabar con la Primera República. Aunque algunos dicen que es mentira, que eso nunca ocurrió. No me digan, entonces, que este no es un país raro, raro, raro, porque sí lo es y a mucha honra. Claro que los payasos y payasas de ahora no tienen nada que ver con los caballeros de antes, que dejaban regados de cagadas de equinos el salón de los Pasos Perdidos de la Cámara.

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