Paulino Rivero socorrió al Tenerife cuando el club se moría en 2006, cinco años después del auxilio para la venta de los palcos. Con el fantasma de la desaparición a la vuelta de la esquina, el entonces diputado tinerfeño en Madrid y líder de CC salió al rescate y movió conciencias y bolsillos para impedir que la institución, arruinada y sin rumbo, se desriscara por el precipicio de las deudas. Tocó a rebato y convocó en El Sauzal a un ejército de salvación, del que salió un grupo de empresarios liderados por Miguel Concepción que respaldó un plan económico para que el corazón blanquiazul no dejara de latir. Pero la mano del expresidente canario, tinerfeñista de cuna, se ha dejado sentir en otros momentos delicados para el club que nunca trascendieron. Su influencia política (en Canarias y en Madrid) contribuyó a salvar situaciones comprometidas que colocaban al Tenerife entre la espada y la pared de los comités y las autoridades deportivas. En esos escenarios, ahí estaba el diputado Rivero, moviendo los hilos en silencio. A lo largo de su carrera política ha cometido aciertos y errores, pero nadie le puede negar su capacidad de trabajo, sus cualidades para escuchar, negociar y convencer, y su instinto para fabricar soluciones desde el consenso. También su fortaleza para defender los intereses de una causa común y su habilidad para construir y transmitir sueños con los pies en el suelo. Pero él y su equipo necesitan tiempo, y eso, en una Isla y un club donde el péndulo de las emociones circula a la velocidad de la luz, no es cosa menor. Una entidad con un siglo a sus espaldas no pierde el tiempo cuando apela a la paciencia de sus accionistas, aficionados y la prensa tras el primer relevo en la presidencia en 17 años. Todo lo contrario: está eligiendo el camino más corto hacia un futuro esperanzador. Esta nueva etapa invita a ilusionarse con lo que está por venir: un club donde la cantera sea una prioridad, donde se apueste por un estilo de juego desde alevines a la primera plantilla, donde los sentimientos de identidad y orgullo se respiren en cada pueblo de la isla y la provincia, y donde su estructura organizativa y administrativa sincronice con los nuevos tiempos. Esos serán los cimientos para recuperar la capacidad de soñar a lo grande e iniciar el camino hacia una nueva época dorada del club. Pero hace falta tiempo, paciencia y dejar trabajar a los que llegan.