El Ayuntamiento de Burgos, con los votos del PSOE y de Ciudadanos (aliados en el gobierno municipal) y la cómplice abstención del PP, ha aprobado una moción que aboga por la eliminación de las armas nucleares. Es decir, a usted se le ocurre meter una bomba atómica en el maletero del coche, y se va a tomar un café al centro de Burgos capital, y un probo municipal podrá reconvenirle, hacerle bajar la bomba del vehículo y depositarla en otro lugar más adecuado. Esto me hace recordar cuando el Ayuntamiento de La Laguna acordó enviar un telegrama de felicitación al viejo líder Breznev, aquel de las pobladas cejas, por el aniversario de la revolución bolchevique. Creo que al comunista se le saltaron las lágrimas de la emoción cuando se enteró y que esa noche no durmió nada, de puro gozo. O se han vuelto todos majaretas o no tienen nada que hacer, que es lo más probable. Por eso decía Chiquito de la Calzada que un concejal (de Cuenca) es un mojón. Y, por lo mismo, en Canarias, los tollos, el popular plato de guachinche, lo pedimos como una ración de concejales. Burgos, a partir de ahora, será territorio desnuclearizado; es decir, que por la calle ni un triste bazooka. Naturalmente que los tuiteros se han descojonado de la risa y la volada del Ayuntamiento ha sido tendencia. Por las aceras de la ciudad sólo se podrá pasear con la Tizona o la Colada, las dos espadas del Cid Campeador; no digamos por los aledaños de la iglesia de Santa Gadea, lugar de juramentos no nucleares y de besos de enamorados, pero, eso sí, sin que los amantes sean portadores de objeto nuclear alguno, ni siquiera de un ramito de violetas de los que crecen entre las ruinas de Chernóbil. Estos tipos se cargan hasta la poesía.