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Exceso de TV

Probablemente sufro de exceso de televisión. Veo demasiadas series y todas seguidas, sin apenas pausa. Y eso te altera el coco. El martes/noche sufrí un fuerte dolor de cabeza, que finalmente cedió con ibuprofeno. Tensión normal, los demás parámetros que yo puedo controlarme, normales –menos la glucosa, alta–. Por cierto, me quejaba ayer de que ya nadie me regala nada en Navidad. No es del todo cierto. Un amigo me mandó seis botellas de Beaujolais nouveu, un vino francés del año que yo he consumido siempre, pero que no conseguía en Canarias. Se lo agradezco mucho, porque sólo logré capturar el pasado diciembre una botella que me mandó otro amigo. Con esta especie de agradable aguapatas ya tengo vino para disfrutar estos meses porque cada vez me gusta menos consumir un reserva; se hace para mí demasiado grueso. Lo más grave de los viejos solitarios es el exceso de televisión, sobre todo de series densas que exigen demasiada atención. Antañazo me gustaban las películas del oeste y las de abogados americanos. Ahora tiendo más a las novelitas románticas que cuando acaban me resultan ridículas, pero me entretienen y no me crean demasiados problemas de sueño. No soporto los programas deportivos porque en ellos proliferan los culés, que son tan coñazos como los tipejos del procés. El otro día, dos o tres indocumentados se metieron con Ancelotti porque se quejaba levemente de un patatal en el que hicieron jugar al Real Madrid en Cáceres. Varios jugadores pudieron ser lesionados por unos rivales demasiado fogosos en un pedregal hostil. No lo pude aguantar, apagué el televisor, como lo apago cada vez que aparecen en él los políticos. Lo juro: es superior a mis fuerzas. Pero lo más grave es el empacho de series, ya no puedo con ellas.

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