despuÉs del pÁrentesis

La sangre

Se lo reconoció en su época por el apelativo de bautismo: Valaquia Vlad. Pero hay mudanza: por ensartar en la guerra a sus enemigos en palos, obtuvo la consigna de El Empalador, pues fue el héroe nacional (hoy Rumanía) en las campañas contra los otomanos; por ser hijo del rey Vlad II Dracul, que murió asesinado en el año 1442, eso lo sancionó. Ahora bien los hechos no deciden, cual sentenció el gran Borges, decide la construcción. Y ocurrió. Quien colocó a Valaquia Vlad en la eternidad fue un escritor irlandés de mediados del XIX: Bram Stoker. Acaeció en el año 1897. En ese año nació el vampiro más glorioso de la historia de los hombres. Y consta el tal por lo que esa enjundia literaria, o ficcional, argumenta: las repetidas veces que Stoker nombra la sangre ahí, como se recreó maravillosamente con la sangre en su Drácula Francis Ford Coppola. Porque ese es el estigma que rodea lo sobrenatural en vida de este hombre, alguien que vio deslizar por su rostro lágrimas de sangre y alguien que lo vio beber la sangre de sus enemigos. Tal cosa manifiesta en la entidad no la aberración sino el poder que tiene una criatura singular para contraponer las astucias ordinarias del mundo a lo excepcional. De donde el mito de la inmortalidad de Dracul tiene asiento, el sujeto instable que para pervivir se alimenta de sangre y si es sangre de doncellas mejor, en venganza de su adorada mujer muerta. E inmortalidad que remata un hecho palmario y cierto: cuando el arqueólogo Dinu V. Rosetti escarbó en la tumba del Monasterio de Snagov en 1933, no encontró el cuerpo, encontró huesos de caballos. Lo que reprodujeron las voces del mundo entonces fue una pregunta soberbia: ¿La realidad prueba a la ficción? Se retiene la instancia. Hoy cuatro científicos, dos israelitas expertos en biotecnología (Gleb y Zilberstein) y dos químicos italianos (Righetti y Cunsolo) analizan con esmero tres cartas de Valaquia Vlad. El asunto es revalidar, con análisis extremos y nuevos apoyos científicos, si en verdad el príncipe infernal del siglo XV padecía eso que se llama “hemolacria” (lágrima-sangre). A eso se dedican los expertos con esmero: el estudio de las proteínas del papel que no se destruyen en miles de años. Dicen que tienen resultados, que en diez de esas proteínas han encontrado agentes patológicos. No pueden publicar el estudio por ahora, mas informan. De donde, ¿imaginación o confirmación? Si lo uno, el placer de la lectura; si lo otro, mejor cerrar las ventanas por la noche.

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