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Mi hermano se peleó con los Reyes

Yo los únicos Reyes que escribo con mayúscula son los de Oriente. Mi hermano Aquillo tuvo un día aciago el 6 de enero pasado. Le regalaron un cinturón de marca y le faltaba un cuarto de metro para poder abrochárselo. Su nieta le puso en el zapato unos pantalones de pana, tres tallas menos de la que lleva (está panzurrón). Su mujer incluyó en la carta a los magos una chamarra que no le serviría ni a Di María, al que llaman “el fideo”. Lo único que aprovechó mi hermano de la ristra de regalos fueron unos zapatos del outlet de El Corte Inglés, que imitan a unos Sebago, duros como una piedra y negros como su propia suerte; un cortaúñas de farmacia y una caja de tomates en miniatura para meter sus numerosos bolígrafos, ninguno de los cuales escribe. Y ahí está mi sobrino Sergio, famoso en las redes, que fue paje del Rey Gaspar en los días de su infancia, cambiándolo todo. Como es tan tedioso se pasa el día en un centro comercial cercano, de aquí para allá, en esa tarea que le dicen “buscar tallas”. No quiero imaginar la batalla del pobre chico rebuscando atuendo para su padre, que protesta por cualquier regalo, nada más echarle una ojeada. Mira para el objeto y, sin probárselo siquiera, pronuncia la frase lapidaria: “Eso no me sirve a mí”. Se da media vuelta y se vuelve a sentar en el sillón de tres capas de cojines en el que permanece dieciocho de las veinte y cuatro horas del día. Porque mi hermano es el gran jubilado de España. Diez días antes de los 65 ya estaba dando saltos de alegría. Con los Reyes tiene un trauma, año tras año. Esta vez también fallaron.

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