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Micción imposible (II)

Estoy de acuerdo con que no se puede estar meando todo el día, durante el carnaval, en la vía pública. Y también con que se multe severamente a la gente que orine en las esquinas, en los portales y en los jardines. Porque el espectáculo me parece lamentable. Pero no convirtamos las fiestas en la calle en micciones imposibles. En alguna parte habrá que evacuar el orín. El otro día alerté sobre la ordenanza que, de cumplirse, podría convertirse en una mina municipal. Pero no hay un guardia para vigilar a cada ciudadano, ni se han construido o instalados urinarios públicos en la ciudad para albergar las riadas. Recuerdo que una persona muy allegada a mí tenía una tienda y en cada carnaval sellaba las puertas con toallas para que la marea rubia no entrara por la puerta para adentro, durante noches y noches de micciones. Carnaval y orín van íntimamente ligados a través de la historia. También la nueva ordenanza multa el lapo. Mi tía Minita, que era muy fina, me decía siempre que en Dinamarca los obreros iban a la ópera y que a nadie se le ocurría escupir en la calle. Pero en España el escupitajo está muy cerca de la cultura popular, como en China y como en el Oeste americano, un suponer. En algunas guaguas se equivocaban al redactar el aviso y ponían en el cartel: “Prohibido hablar y escupir al conductor”, en vez de “Prohibido hablar al conductor y escupir”. Ahora lapo, meada y otros residuos humanos estarán penalizados en Santa Cruz, pero yo insisto en que es mejor, primero, dotar a la ciudad de urinarios públicos que hagan más justas las sanciones que entrarán en vigor próximamente. Siempre he mantenido que el carnaval es, ante todo, una cochinada, porque hay demasiada gente cargada.

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