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No sé si me queda algo por contar

Cuando ha empezado un nuevo año, el setenta y seis de mi vida y el cincuenta y tres como periodista profesional, uno no sabe si le queda algo por contar. Es el eterno problema del columnista, actividad a la que algunos llaman género. Pero siempre queda algo en la buchaca; de vez en vez le vienen a uno a la memoria recuerdos que cree no haber trasladado a sus lectores. El otro día me encontré un pen drive de un viaje a Venezuela, de una fiesta que ofreció Guillermito Fantástico González, paz descanse, en su casa, espléndida, de un barrio residencial de Caracas. En las paredes había cuadros de Botero y en los garajes Ferraris y un Lincoln Continental tapizado y decorado por Cartier que Guillermo me regaló, pero también se lo regaló a Toco Gómez, su amigo del alma, actor, sobrino nieto del general Gómez, uno de los más conocidos dictadores de Venezuela. Toco se lo quedó, porque estaba allí mismo y no tan lejos como yo, y creo que lo vendió, así que debe andar por ahí el Lincoln. Guillermo me prestaba su escolta para andar por Caracas, dos inspectores de la Disip retirados. Pero todo viene a cuento del pen drive. En esas fotografías pueden verse a las mujeres más hermosas que he conocido en mi vida. Eran actrices, presentadoras de televisión y reinas mundiales de la belleza, todas amigas de Guillermo, que siempre acudían a su llamada y que convertían aquellas fiestas en atractivas y entretenidas. Particularmente hice amistad con las protagonistas del programa de Guillermo, ¿Cuánto vale el show?, que barrió en Venezuela. Se me van yendo todos los amigos, pero quedan evidentemente los recuerdos. Guillermito era un hombre amable, una buena persona. Y un canario de pro que triunfó en América.

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