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Diferencias

Vean la diferencia de vivir o de no vivir en Santa Cruz. En Santa Cruz me conoce todo el mundo, me paran diez veces en quinientos metros de trayecto y tiene que ver conmigo todo el mundo, como si yo fuera Paco Zuppo, paz descanse. En el Puerto de la Cruz, mi pueblo, por lo internacional que es y porque ya se ha muerto casi toda mi generación, me conoce hoy poca gente y puedo ir –como el otro día— a la ferretería cercana en pantalón de pijama, porque me olvidé que lo tenía puesto. No se extrañó nadie, ni siquiera la ferretera. Entonces vivir en el Puerto es una gozada porque pasas desapercibido y puedes disfrazarte de guiri poniéndote una gorra, como la mía. No me conoce ni Dios. Hay una vecina que siempre está pendiente de si yo voy en pijama al cajero; pues, sí, voy en pijama porque cuando estoy en casa, calentito y en pantuflas, no me dan ganas de quitármelo. Picasso se pasó media vida en gayumbos y miren ustedes. El pijama es una prenda de calor y con estos fríos a uno no le dan ganas de desprenderse de él, ni de afeitarse. Así que yo me afeito una vez en semana y me cambio de pijama tres o cuatro, dependiendo de la intensidad de mi propia vida. Uno a estas edades se hace cómodo y medido. Cuando era niño le preguntaba a mi abuelo que por qué quería llegar temprano a todos lados; yo ahora hago lo mismo. Odio llegar tarde, estoy preparado para salir antes de tiempo y planifico mucho el día siguiente. Hace años iba al tran/tran. Fíjense si he cambiado que ahora me cae bien hasta el rey moro Mohamed, por su astucia y por su mala leche.

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