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Mi tío Pepe

Mi tío abuelo Pepe Chaves era un crack. Como trabajaba en la Casa Yeoward, una señora dedujo que sabía inglés, cuando no tenía puta idea del idioma de Shakespeare. Le habían regalado a esta mujer una especie de tetera de plata y la señora quiso saber lo que decía el manual de instrucciones. Y, para que se lo tradujera, se lo entregó a mi tío, que le dio tres vueltas al papel y le soltó a su propietaria: “Mire, todo este rollo que pone aquí es para decirle que esto sirve lo mismo para té que para café”. Cuando el Frente Popular, unos anarquistas y comunistas se manifestaron frente a la sede de Acción Católica. Mi tío estaba allí, como otros miembros de esa asociación. Cuando las protestas se hicieron más ruidosas y desagradables, con insultos y amenazas a los que estaban dentro, mi tío descolgó la tulipa de cerámica de una lámpara de pared y la lanzó por la ventana. El estruendo fue tal que allí no quedó un solo manifestante sino que todos se dispersaron por las calles del Puerto de la Cruz, al grito de: “¡Nos han tirado una bomba!”. Cuando las fiestas portuenses, tío Pepe tomaba de las manos a sus sobrinos, que éramos Pedro Ascanio y yo, y a veces José Luis Machado, y nos llevaba a ver los fuegos, pero nos colocaba justo debajo de la rueda para hacernos perder el miedo a aquella rudimentaria pirotecnia. Hasta que mi abuelo se enteró y se lo prohibió terminantemente. Cuando salió a la calle el diario Amanecer, los promotores colocaron estrechos carteles en los bordillos de las aceras, solo con la cabecera del periódico. Y alguien le preguntó a mi tío: “Don Pepe, ¿qué es eso de Amanecer?”. Y él respondió: “Una gran película; no se la pierda”.

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