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Qué cochinada

Que el carnaval es una cochinada lo vengo diciendo desde hace muchos años. Y la prueba la tengo. El fin de semana pasado, los servicios de limpieza recogieron 119 toneladas de basura de las calles de Santa Cruz. No existen papeleras en el mundo para tanta mierda. No sólo los que asistieron al carnaval de esa ciudad demostraron su falta de civismo y de higiene: en La Palma, 35 toneladas de desperdicios fueron recogidos por los servicios de limpieza de la capital palmera durante Los Indianos. No se cuentan en estos datos elementos difíciles de medir como las meadas y las cagadas, así que sumen ustedes, desocupados lectores, algunas toneladas de más. Estas fiestas carnavaleras siempre han destacado por dos cosas: por la falta de gracia de las murgas actuantes y porque los ciudadanos tiran al suelo todo lo que les sobra. No buscan una papelera, ni un contenedor de basura; se compran un helado y tiran el papel al suelo; un pinchito y botan el palillo a la calle; un bocata y se comen medio y otro de lo obsequian a las ratas, que campan por sus respetos por Santa Cruz. En La Palma descubrieron hace años una costumbre tan absurda como es echarse en los ojos polvos de talco, modalidad sanitaria que fue absorbida por el canarión, que lo copia todo -le copiaron al pie de la letra el carnaval a Tenerife y Los Indianos a los palmeros-. Ahora todo el mundo va de blanco, que es como un luto árabe. El canarión sí que inventó el modelo drag-queen, que es un concurso precioso, lleno de encanto y de tacón, pero que a mí personalmente me cae como una patada en los cataplines. Ya ven, estoy tan enamorado del carnaval como siempre. Me quedo con los enanos numerados, allá por la Bajada.

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