Un amigo mío, que residió muchos años en Caracas, tiene un chofer llamado Superman. El motivo del nombre, que figura en su cédula y en el registro civil, fue que su señor padre, cargado, bien regado por dentro tras la alegría del nacimiento del vástago, dudó ante el funcionario del registro a la hora de elegir un nombre. El funcionario, que tenía una cola enorme delante de su ventanilla, ante los titubeos y la melopea del papá, tiró por la calle de en medio: “Pues lo inscribo como Superman”. Y así fue; y Superman se llama el hombre, que además es de lo más servicial y que sigue al servicio de la familia de mi amigo, que ahora vive en Canarias pero con intereses en Venezuela. Un ejemplo de honradez este hombre que lleva tropecientos años trabajando para mis amigos. Para abreviar lo llaman Súper. Se conoce como nadie las calles de Caracas, sabe dónde pueden aparecer los malandros y conduce el coche blindado como un verdadero especialista. Ahora bien, cada vez que tiene que mostrar la cédula para cumplir alguna diligencia, el carné corre de mano en mano entre las risas de los más cercanos. “Coño, ¡miren como se llama este pana!” es la frase que más se escucha, al más puro estilo llanero. Superman ni se inmuta. Hace lo que tiene que hacer y se manda a mudar, sin hacer caso de la chifla. Lo más que dice es: “Chico, ¿y qué quieres si mi padre estaba borracho cuando me inscribió?”. Estas son unas líneas de homenaje a quien ha trabajado -y trabaja- con honradez y dedicación para una familia de empresarios. Yo he tenido el honor de conocer a Súper y de disfrutar de sus atenciones profesionales. Es un crack el tío. Solo que no vuela, ni lleva capa.