Nació en Providence. Pronto la familia se trasladó a Tennessee. Allí transcurrió el primer periodo de su existencia. Y ahí decidió cambiar el Charles Joseph de su nombre por el que se asemeja al legendario rey irlandés Cormac Mac Airt. Eligió el apellido de su madre. Así se conoce a uno de los más grandes novelistas de EE.UU. y del mundo: Cormac McCarthy. Estudió en la universidad de Tennessee sin éxito. En 1953 ingresó en la Fuerza Aérea por cuatro años. Regresó a la universidad y comenzó a escribir. A principios de los 60 se casó con una compañera de estudios. Con la familia se trasladó a Chicago. Allí apareció su primera novela, El guardián del jardín, que inaugura la larga saga de entregas sobre la violencia. Esperaba Europa. Con el dinero de una beca, en el verano de 1965, subió al buque Sylvania y atravesó el mar. ¿Destino? Su adorada Irlanda. En el buque, otra mujer, una inglesa que trabajaba como cantante a bordo y se convirtió en su segunda esposa. Otra beca le permitió recorrer el viejo continente hasta la isla de Ibiza, donde terminó su segunda novela, La oscuridad exterior. Vuelta a Tennessee. Trabajo para el cine como guionista. A mediados de los 70 pone fin a su segundo contrato matrimonial. Comienza su desplazamiento hacia el sur: El Paso, en Texas. Descubrió la frontera de enfrentamiento y de idioma: México. MacCarthy se internó ahí. Aprendió español y se regodeó con la historia del choque. Ello dio una de las más grandes novelas conocidas, Meridiano de sangre. Encontró su destino y lo protege: Santa Fe y lo que defiende, no la literatura (no habla con escritores) y sí la ciencia que comparte con sus amigos del Instituto de la ciudad. Y se topó de nuevo con el amor, una joven que le ha dado un nuevo hijo, cuando era mayor: John Francis. Y ese niño lo forzó a escribir otra proverbial novela, La carretera, la historia de un mundo agónico, arrasado, en el que pululan los caníbales, la trama de la desolación. En ese trance de supremo furor, el padre ha de actuar: la protección de su hijo. El rumbo está fijado: la zona de refugio donde depositar al pequeño para el futuro. Y ahí la estampa. Ya se contó: 1965, barco y hacia Europa. En el recorrido, una parada, una isla del Atlántico, Tenerife. Aquí sitúa Cormac MacCarthy el paraíso. Así ocurre. En el límite de la salvación, un barco yace encallado en la playa. Eso expone (en español): “Pájaro de Esperanza. Tenerife”. De ahí es de donde zarpa la salvación, el padre ya muerto.