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Túneles

En Cantabria, los trenes nuevos no caben por los túneles, por eso hay nuevo presidente de Renfe y al pobre Revilla, el de las anchoas al rey emérito, al que ahora pone verde, no le entra la camisa en el cuerpo. Revilla seguramente no ganará más elecciones, aunque quién sabe. Lo hemos convertido en una estrella, pero las estrellas -incluidos los jueces, miren a Garzón- tienen fecha de caducidad. Yo odio los túneles. Cuando viajaba en coche por Europa, que era casi siempre, y me metía en uno de los pasos subterráneos de Bruselas, con frecuencia terminaba perdido en un barrio periférico de la ciudad. La gente en Centroeuropa es muy considerada, no como la de aquí: una vez me aplaudieron los viandantes en Amberes porque metí un coche enorme, a la primera, en un espacio inverosímil, sin tocar lo más mínimo a los vehículos que se encontraban delante y detrás. Pero si sigo con los túneles, el único que me gusta es el de Tres de Mayo, porque sé por dónde entro y por dónde salgo. Por esta última boca enfilo la ruta a mi casa, que es el lugar en el que, a la vejez, me siento seguro. Los cántabros no hablan de otra cosa que de los túneles y de los trenes que se tienen que estrechar para que puedan circular por ellos. Vivimos en un país incongruente y desgraciado, donde no paran de aparecer malas noticias en los periódicos. Ahora se encuentran cadáveres, uno en Tabaiba, o por ahí, otro en La Laguna. Otro en los aledaños de la autopista del sur. ¿Qué está pasando? La isla tranquila se vuelve misteriosa, porque esto antañazo no ocurría; quizá haya demasiada gente sobre esta roca atlántica. Yo no quiero leer malas noticias; me deprimo con ellas. Y en los túneles ni te cuento.

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