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Aquellas memorias

En 1994 publiqué un libro de memorias de mi infancia y juventud en el Puerto de la Cruz, ilustrado con fotos del gran Imeldo Baeza, que titulé Recuerdos en blanco y negro. Se agotó enseguida y no he visto ejemplares en los mercadillos, así que la gente del Puerto guarda ese libro en sus casas. Yo me había olvidado de estas memorias, pero el otro día eché una ojeada a un ejemplar del archivo y mis recuerdos de entonces son el mejor prólogo al libro que salió en diciembre, Memorias ligeras, que se refiere a andanzas posteriores. En ninguno de los dos tomos cuento la anécdota de un amigo al que le salió un flemón y a partir de ahí todo han sido desgracias; del flemón a la próstata y de ahí al coco, porque este amigo cree firmemente que el pacto entre Irán y Arabia Saudita, auspiciado por China, es el prólogo de la fin del mundo. O ese bólido que nos va a caer en 2046, puede que cerca de Las Palmas. No se alarmen, que no enfila a Arguineguín sino a un mar lejano. Ese flemón fue premonitorio de desgracias, mucho más que los cuervos en el mástil de un velero o que la actuación de un conocido cantante canarión. En el Puerto de la Cruz de mi juventud ejercía un ingeniero municipal gafe y cada vez que venía al Puerto a revisar la cosa eléctrica se iba la luz, justo hasta que el técnico abandonaba la jurisdicción municipal. En aquellas memorias tempranas cuento la anécdota del padre Salvador Sierra Muriel, de la Orden de Predicadores, que llevaba a los frailes a comer al Restaurante Soto Mayor, el más caro de Santa Cruz. Cuando el provincial lo destituyó como superior, dijo: “Con lo que comen estos hijos de puta nos sale barato, reverendo padre; reconsidere usted mi cese”.

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