tribuna

¡Cuánto talento perdido!

Por Rafael Torres. | El cerebro y líder de la red española de estafas bancarias online desarticulada el otro día es un menor. La información policial es muy escueta en lo referente a la identidad de la criatura, pero no en lo relativo a su ingente actividad delictiva, pues los frutos de su genio informático, inclinado mayormente al mal, desbordan cuanto se había visto hasta la fecha en el submundo de las estafas online, esto es, de los atracos sin despeinarse. Al ser menor el menor, queda la esperanza de que su gran talento pudiera ser reconducido al servicio del bien común, o cuando menos, a su propio bien dentro de los límites, asfixiantes al parecer para tantos en nuestro país, de la honradez, porque sería una pena este nuevo jalón en la fuga de cerebros que sufrimos si no se hace algo para que el chico retorne del mundo delincuencial antes de que sea demasiado tarde. Aunque no sé, porque a la vista de los estadios de excelencia cibernético-criminal a que ha llegado, puede que, por mucho que se haga, no se consiga integrarle en la existencia de un modesto pasar, la máxima a que puede llegar un hombre honrado. Porque este menor, que seguramente no ha conocido en su corta vida otra cosa que teclas y pantallas, ha llegado a penetrar tanto en sus arcanos que, sobre crear toda suerte de páginas web fules y softwares fraudulentos con herramientas de su invención, vendía lo que le sobraba a otras bandas cibernéticas mediante el llamado crime as a service. El muchacho, que dirigía a los 24 cómplices que han sido detenidos con él, no daba abasto: en menos de dos meses estafó a 200 clientes de la banca online por un monto de 350.000 euros con las técnicas, perfeccionadas por él, del phishing, el smishing y el vishing, y tal era la entrega y la devoción que desplegaba por su trabajo, llamémosle así, que en unas grabaciones pilladas por la Policía se le oye decir a un colega, poco antes de acostarse, que estaba deseando que cantara el gallo para levantarse y ponerse a estafar. ¡Oh, Dios! ¡Si los chorizos comprendieran que el curro decente es menos duro que andar ideando formas, todas ellas lesivas para el prójimo y arriesgadas para ellos mismos, de no trabajar! Claro que determinadas condiciones ambientales, socioeconómicas, familiares y de la propia personalidad inducen al delito, pero con este menor, por serlo, acaso se esté a tiempo de convencerle para que deje la serranía y se una a los migueletes. O que no se una, pero que deje de lastimar a sus semejantes.

TE PUEDE INTERESAR