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El agua de la Luna

No sólo hay edificios construidos en la cara oculta de la Luna, como sostiene mi amigo el comandante de aviación Juan Reyes. Hay agua. Los chinos, que han construido edificios en esa zona oculta, cuyos ocupantes conviven con rusos y americanos (según cuentan), han descubierto que el satélite de la Tierra almacena 270.000 millones de toneladas de agua, de difícil extracción y de detección reciente. Es decir, que aumenta la teoría de futura o de presente vida en esa bola blanca que vemos cada noche desde la atalaya privilegiada de esta isla. Los poetas pueden comenzar a jugar con las palabras y a glosar el agua de la Luna, que no se derrama ni tampoco se arremolina en los cráteres que dejan los meteoritos. Aquel pequeño paso para el hombre y gran paso para la humanidad de Neil Armstrong resulta que, tantos años después, tiene una respuesta científica que atolondra a los incrédulos: sí, existe agua en la Luna, agua que podrá extraerse para dar vida a esa bola de luz que nos ilumina cada noche. En un mundo cada vez más inhabitable, como es el nuestro, surge la esperanza de la huida. En la Luna no hay guerras, ni carreteras, ni se escuchan más gritos que los silencios de la ausencia de vientos. Y ahora resulta que podrían plantarse árboles y que podría nacer una flor. No me digan que este descubrimiento no aporta romanticismo al satélite que nació del choque entre un protoplaneta y la Tierra, hace unos 4.000 millones de años. No sé con qué instrumento han medido los chinos esas reservas acuíferas, pero ellos están erre que erre. Y lo han lanzado a los cuatro vientos terrenales para su conocimiento y efectos oportunos. A los chinos valientes, que Dios los guarde.

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