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El caso radiador

El llamado caso mediador, rebautizado por mí como el caso radiador por los diputados que pierden baba con las meretrices, me llama la atención por sus contradicciones. En esta nueva España negra, el único que va al talego es el guardia civil, mientras los gitanos transitan de radios a televisiones en trajes de faralaes. ¿Qué dirán en Europa de las fotos, idénticas a aquellas de cámara Kodak, hoy descoloridas, del caso Roldán, que se retrataba en calzoncillos con señoritas de dudosa reputación? Me imagino a Von der Leyen agarrada a los fondos, por si acaso. Los involucrados en el caso radiador no se dieron cuenta, en su delirio de putas y alcohol, de una circunstancia a la que aludía siempre Manolo Alemán, paz descanse, cuando trabajaba con el otro Roldán -el bueno, el magistrado- en los juzgados de La Laguna: “Siempre hay un mago mirando”. Y entre quesos de Valsequillo, leche en polvo y derivados uno no puede más que recordar a aquel entrañable y honrado empresario blanco, de guayabera impoluta, que colocaba al derecho los yogures en las estanterías de los supermercados, porque nunca renunció a sus orígenes de reponedor. ¡Dios mío!, cómo hemos caído en este país que no tiene fundamento ni para extorsionar y estamos hablando de minucias, cinco mil euros por aquí, mil euros por allá y de senadoras que pregonan por dos duros que la leche de vaca es buena para los infantes. Cuando niños, el ordeñador nos ofrecía leche de la vaca, sin hervir, porque era buena para el crecimiento. El mago es muy atrevido. El caso radiador se extiende, pero me reina a mí -no sé por qué tengo esa sensación- de que aquí lo que veo son papeles invertidos: Tito Berni y el radiador en la calle y el general en la mazmorra. Esto es de Alejandro Dumas, versión Cantinflas.

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