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El olor de Caracas

Creo que en mi novela Los gallos de Achímpano lo conté, no me acuerdo bien, pero envuelve el aire un olor característico cuando se abre la puerta de llegadas del edificio terminal del aeropuerto de Maiquetía y sales a la calle. Es un olor a gasolina, o a otro derivado del petróleo, que el bochorno retiene y se te mete en el cuerpo cuando respiras. No es un olor desagradable, a mí me gusta. Maiquetía está a 25 kilómetros de Caracas y al aeropuerto se llega principalmente por una autopista que construyó Pérez Jiménez, aunque tiene un tramo nuevo posterior, de la época de Chávez, porque se produjo un derrumbamiento de parte de la vía que discurría sobre un barranco. La carretera vieja, antes de la construcción de los boquerones (túneles) por el Gobierno del general Pérez Jiménez, transcurría por la montaña y generalmente te atracaban, sobre todo por la noche. Luego ya no, entre otras cosas porque en los márgenes de la autopista se despliegan pequeños destacamentos de la Guardia Nacional para impedirlo. En la novela citada describo a mi Caracas, a la Caracas que yo viví, que visité en más de cincuenta ocasiones, a una Caracas que es difícil no querer. El interior del aeropuerto que recuerdo fue diseñado por Cruz Díez, aunque yo siempre pensé que había sido Soto, el famoso artista venezolano, con el que coincidí una vez en un viaje de Caracas a Madrid y mantuve con él una conversación interminable e interesante. Disfrutamos de una obra suya en Santa Cruz. Los dos, Soto y Cruz Díez, son los máximos representante del arte cinético. Soto murió en París. Y Cruz Díez también. La dimensión cultural de Venezuela es muy rica, pero la conocemos poco. Yo ya no visitaré más veces Caracas, porque no tengo ganas de subirme a un avión, pero la recuerdo con tanto cariño.

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