No falla. Se convocan elecciones, las que sean, o están próximas, y se ponen en marcha los ventiladores de la mierda, que emponzoñan la política, exageran comportamientos, resucitan los burdeles y a sus habitantes –quien esté libre de pecado que tire la primera piedra— y convierten en chorizo lo que tan solo es un pedacito de fuet. No me refiero al caso Gladiador, que conste, porque gladiadores (y hasta admirados y graciosos, con esas camisetas de asillas de los 60) pueden ser para el común los que consumen tres pastillas de Viagra por noche, al tiempo que esnifan coca y echan un kiki. Que ni chiquito desgaste, brother. Hablo en general. Llegan las elecciones y todo el mundo es sospechoso, sea cura o seglar, sea militar de alta graduación o cabo furriel. Aquí no escapa nadie, los juzgados se llenan de denuncias y no digamos nada de los periódicos y similares, cuyos redactores se privan por un escandalito que les haga lucirse un poco. “España y yo somos así, señora”, le hace decir Marquina al capitán Diego de Acuña, cuando, enamorado, justifica su estado de elevación y su patriotismo. Lo malo es que los políticos de este país se han olvidado de la hidalguía, del patriotismo y del servicio por lealtad a su patria. Desde la UCD, nadie ha sabido pisar con donaire las alfombras mullidas de la Real Fábrica de Tapices, sino que los servidores públicos han basado sus andares en reyertas, venganzas, mordidas y otras pendencias cuando en el horizonte asoma la papeleta electoral. El ventilador está en marcha, esparciendo mierda y ningún estamento se libra, ni los más serios ni los más hilarantes, que rigen este viejo país llamado España. La de Rinconete y Cortadillo, la de Mortadelo y Filemón, la de la Santa Inquisición.
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