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No estaba muerto, estaba de parranda

Este es, definitivamente, un país de coña. El piloto de un helicóptero de la DGT, de esos que te sobrevuelan y te multan, dio con el aparato en tierra, se mandó un morrocotudo leñazo y cuando la Guardia Civil le echó el guante -porque al parecer huyó del lugar del suceso- y le practicó el test de drogas, dio positivo en coca y anfetas. Toma, coño. Esto ocurrió hace unos días en la carretera M-512 en el término de Robledo de Chavela (Madrid); y del caso entiende un juzgado de El Escorial. Pues digo yo que Tráfico habrá anulado todas las multas del día que haya impuesto a los atribulados conductores la dotación del helicóptero, cuyo comandante drogata es bombero de profesión, aunque en excedencia, según dicen los periódicos. Quienes acudieron en auxilio de los funcionarios accidentados pensaron que estaban muertos, pero al menos uno de ellos no estaba muerto, estaba de parranda. El otro, leve. Cuando trincaron al que pilotaba -se fue corriendo, hizo auto stop y se plantó en casa de unos familiares para huir de la Meretérita, según comentan algunos medios- le hicieron el puto test y dio positivo en cocaína y anfetaminas. O sea, que todo el mundo cree -incluso los civiles- que el piloto encocado no era el más indicado para comandar un helicóptero, ni para multar al personal que se pasa 20 kilómetros por hora de lo establecido. Más bien era él quien estaba pasado de la raya. En este país surrealista, en el que si llegamos a diciembre será un milagro, puede ocurrir cualquier cosa. Incluso que sean los vigilantes quienes merezcan ser vigilados. Vaya usted a saber lo que pudo haber hecho un tipo esnifado, a los mandos de una aeronave de la Dirección General de Tráfico.

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