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No quiero hablar de nada

Y ahora estoy aquí, en casa, sentado ante el ordenador, sin querer hablar ni del Tito Berni, ni del radiador (¿o es el mediador?) ni de nadie, porque todos me aburren soberanamente. Estoy harto de los macro casos, de las causas generales, de los escándalos, de los escraches, de las feministas y de las galas drags. Estoy harto de los machistas y de los que ponen en modo rápido el ventilador de la mierda. Harto del caso Reparos y de los reparos del caso, hasta los cataplines de los anti taurinos, de los médicos en huelga y de los pilotos de helicópteros que consumen coca. No quiero hablar de nada, ni siquiera de la Guardia Civil, a la que respeto mucho. Estoy hasta las bolas de la España negra, de la picaresca, de los cocineros con tres estrellas Michelín, de las influencers y de que Ferrovial se quiera ir de España (yo, si tuviera edad, también me mandaría a mudar). Estoy hasta el arco del triunfo de los de la memoria esa, de los que quieren ignorar el pasado, el bueno y el malo, como si el pasado no fuera parte de todos nosotros. Reniego de las leyes bobas, de la compra de los árbitros, de los jueces estrellas, de los pontífices de las televisiones y de los tertulianos analfabetos funcionales. Me cago en las noticias falsas que pueblan los diarios digitales y abomino de tanta estupidez nacional que nos hacen compartir a los españoles. Detesto a los políticos catalanes independentistas, aunque es verdad que tampoco entiendo lo que dicen. Y sigo aquí, sentado, en mi apartamento chiquito, escribiendo sobre lo que deploro, sin el más mínimo resquicio para el optimismo; contando lo que ocurre en esta España medieval, llena de pueblos vacíos y de idiotas.

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