tribuna

Pam y la tilde

El debate entre penetración o autoestimulación que ha abierto la Secretaria de Estado, Ángela Rodríguez (Pam), me recuerda a la insistente elección entre mortero y monedero que lleva años planteando Jorge Javier Vázquez, entre risitas y hipidos, en Telecinco. Anoche, en la Sexta, alguien dijo que se trataba de personajes de telecomedia elevados a la categoría de cargos intermedios de la política, algunos no tan intermedios como parece. Los ciudadanos corremos el riesgo de ser acusados de carcas si nos atrevemos a juzgar estos comportamientos, vedados a lo que no formamos parte de la elite del más avanzado progresismo. Si no mido mis palabras seré descalificado por no pertenecer al mundo rabiosamente actual que seguramente me debe quedar algo largo. Entrar en estos asuntos entraña peligro porque te pueden emparentar con Vox o con la Conferencia Episcopal, y esto no está nada bien. El problema estriba en que un sondeo ha demostrado que un 75 % de las mujeres prefiere la penetración, que se parece más al modo en que los gallos violan a las gallinas, y esto hace fracasar una campaña donde se recomendaban prácticas sexuales menos agresivas y más autónomas. No sé si esto está relacionado con lo del fauno de Sálvame, porque con el monedero se hace caja (sirve para guardar monedas) y con el mortero se fabrica un buen alioli. A mí, qué quieren que les diga, la decisión de preferir la penetración es como recuperar la tilde en el sólo es sí, que nunca he tenido claro por qué desapareció, pero lo sospecho. Hay una reacción resistente en contra de las rectificaciones que invade nuestro mundo en los últimos tiempos. Siempre ocurre cuando alguien cree que posee el monopolio de la verdad. La RAE no va a reconocer su error y deja la ortografía al albedrío de la ambigüedad en la conciencia de cada escritor.

El argumento es estúpido porque la diferencia entre el uso de un adverbio y un adjetivo es tan patente que a nadie medianamente inteligente le debe caber alguna duda. Javier Marías era defensor de esa tilde discriminatoria. Era un escritor glorioso al que nadie discutía, a pesar de mostrarse crítico cuando había que serlo. Ahora que ya no está ha sido sustituido por Pérez Reverte que representa mejor a una contestación reaccionaria, con lo cual la tilde pasa a ser un asunto ideológico, tal y como yo sospechaba desde el primer momento. Ante la duda se emprende una penetración en la disquisición para tratar de aclarar el entuerto. Someterla a la discusión personalizada de las conciencias particulares se parece más a una autoestimulación del discernimiento. No se me ofendan, no puedo ver las cosas sino desde el prisma del esperpento. El ejercicio de la mente para resolver una cuestión de lógica supone siempre un asalto para superar los esquemas que la comodidad coloca como rémoras para vencer los obstáculos de la razón. Lo sencillo es abandonarse al tocamiento, siguiendo las pautas del instinto que nos lleva a la obtención del placer. Desechar la tilde es lo menos complicado, igual que masturbarse, para lo que no existe la disyuntiva del consentimiento, porque ni siquiera constituye un acto social. Más bien es individual y egoísta. Todo esto me recuerda al chiste del policía que está redactando el parte de un accidente de tráfico y dice: “La cabeza se encuentra en el arcén”. El compañero pregunta: “¿Arcén se escribe con hache?” Ante la duda, le da una patada y la saca fuera de la carretera. Tengo la sensación de estar viviendo en un mundo de atajos, cortando camino para llegar a ninguna parte. No sé si a ustedes les pasa lo mismo.

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