tribuna

Carta de Ana a su nieta

El género epistolar es muy efectivo a la hora de transmitir una idea. Hay que resumir y concentrar el mensaje para que quepa en un folio metido en un sobre, y ahora en un tweet. San Pablo revolucionó al mundo con sus cartas, dirigidas a los herederos dispersos de Jesús. Pretendía unir a una iglesia formada por cabezas dispares y, en buena parte, lo consiguió, consolidando a la de Roma cuatrocientos años después, cuando el primer emperador se reconoció cristiano. Pasado el tiempo, las tensiones provocaron nuevas divisiones y hasta los herederos del cristianismo andan hoy cada uno con su fe, con su dogma y su liturgia. Estas cosas suelen ocurrir porque los hombres y las ideas se resisten a presentarse como globales y las sociedades perviven gracias a las tensiones que generan, quizá debido a que la evolución necesita de estas luchas y provocaciones para seguir adelante.
Cuesta mucho trabajo aunar esfuerzos y voluntades, si no que se lo digan a Pablo Iglesias o a Yolanda Díaz, empeñados, cada uno, en unir y desunir aquello que siempre ha sido denominado como la izquierda dispersa. Hacer que el trotskismo regrese a la casa común del comunismo es realmente complicado. ¿Cómo se iban a compaginar versiones tan diferentes de la revolución? La historia me dice que eso que está a la izquierda de la izquierda es irreconciliable, tanto como unir a católicos y protestantes bajo el mismo mando. Ni siquiera en España durante la Guerra Civil estuvieron juntos. No hace falta más que leer a Orwell, durante su experiencia como integrante del Ejército Popular de Cataluña, para darse cuenta de ello. Pero a lo que iba: Pablo de Tarso es una figura irrepetible, necesaria y fundamental para formar el pensamiento moderno, que significa la unión de las tres influencias antiguas: Atenas, Roma y Jerusalén. En el fondo seguimos a expensas de la lucha entre las tres cosas. Sus cartas están llenas de sabiduría y son la base de un mundo permanente que cambió las formas de entendernos y de organizarnos durante siglos. Todavía se siguen leyendo sus textos en las celebraciones cristianas y todavía se siguen poniendo bombas en los alrededores de los lugares donde fueron escritas.
Mientras estas cosas ocurren y Yolanda corre a sustituir a Pablo como el aglutinante de la dispersión. España está pendiente de otra carta: la que le ha escrito Ana Obregón, a la que antes llamaban Antoñita la Fantástica, a su nieta subrogada y a su hijo fallecido. Esta señora pretende meter a todo el país en el debate de su fantasía, y a buen seguro que con la ayuda de una prensa oportunista lo consigue. No haría estas comparaciones si no fuera porque considero necesario denunciar la estupidez del mundo en que vivimos. Quizá fuimos siempre estúpidos y lo que nos llega como noticia del pasado es lo que el tiempo ha seleccionado como positivo, enterrando a la vulgaridad en el cementerio de la amnesia. Quizá hemos sido tontos durante todo el tiempo y no nos damos cuenta, creyendo que los escasos instantes de fulgor han sido la constante en nuestro desarrollo. Pues va a ser que no, que han abundado las Antoñitas la Fantástica y los Pablos de Tarso han sido las excepciones.
Menos mal que las excepciones son las que hacen avanzar al mundo haciendo olvidar a las Anitas de todas las épocas. Hace unas semanas que me prometí no escribir sobre esto, pero hoy, al ver el tweet, no me he podido resistir, sobre todo cuando algunos medios lo titulan como “carta de Ana Obregón a su nieta y a su hijo”. Entonces me acordé de san Pablo y de sus epístolas, donde propone matar al hombre viejo para hacer renacer al hombre nuevo, y me di cuenta de que estamos inmersos en la misma miseria, disfrazada de bondad aparente, como siempre.

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