después del paréntesis

El Príncipe de la Fortuna

Se llamó Luis de la Cerda. Nació en París en el año 1291. Fue bisnieto de Alfonso X El Sabio. Ostentó el título de conde de Talmont, de Clermont y almirante de Francia. Pero la gracia de su destino es que aspiró a ser rey de un reino por encontrar. Así lo proclamó el Papa Clemente VI en la bula Tue devotionis sinceritas, pues el varón, al no poder ser nombrado regente de España, pidió reconocimiento en las tierras perdidas del Atlántico. Y ello reconocería una historia distinta de la que sucedió: Canarias de España. Porque don Luis fue príncipe de las Islas que el papa nombró: Canaria, Ningaria, Pluviaria, Capraria, Junonia, Embronea, Atlántida, Hesperidum, Cernent, Gorgonas. Así ocurrió: Luis de España, Príncipe de la Fortuna, selló el acuerdo de vasallaje el 28 de noviembre de 1344. Aceptó pagar la renta que le impuso el Sumo Pontífice para recibir y conservar; el acceso a su reino, el Reino de las Afortunadas, Canarias reino con rey. Habrían de servir al arrojo del Príncipe de la Fortuna, conforme el papa Clemente VI sentenció, Pedro IV el Ceremonioso, rey de Aragón, Alfonso XI de Castilla, Alfonso IV de Portugal, Felipe IV de Francia o Juana I de Nápoles. Pero ninguno se movió. La escasa cohorte de guerra zarpó de Sevilla y no llegó al Archipiélago. Por la falta de medios y de apoyos, el Príncipe de la Fortuna no tomó posesión de su país. Fracaso que lo alongaba al fracaso, ser príncipe sin un reino que mostrar, sin mostrar las supremas riquezas (las manzanas de oro) que su destino le guardaba. Así es que habría de servir don Luis al país que lo encumbraba como señor, hasta que el país que lo señalaba estuviese dispuesto a ayudarlo en su designio ejemplar. Y eso decidió: enfrentarse a los ingleses que por periodo de cien años sometieron el noroeste de Francia. Tendió testamento, los bienes distribuidos entre sus dos hijos y su hija. Asimismo distinguió a su hijo natural (infante aún) con una renta y el cuidado de doña Guiota d´Uzés. Y como era caritativo, repartió sesenta sueldos y veinte libras tornesas entre su servidumbre. Se despidió. Llegó a la Picardía francesa. Aguardaba la fecha señalada: el 26 de agosto de 1346. Tomaron posesión en la llanura de Crécy-en-Ponthieu  (la batalla de Crécy, se llamó). Los ingleses comandados por el rey Eduardo III se lanzaron contra los del francés Felipe VI. Los destrozaron. Una lanza rasgó el costado y una espada separó la cabeza del cuello. Así murió nuestro príncipe, el príncipe que no nos contempló.

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