Confieso que mi especialidad es escribir deprisa para lectores que leen deprisa. Ahora en Semana Santa no hay nada de qué escribir y hasta el papa está de buen humor y no le hará desplantes a las chinas en el vía crucis. A mí me gustaría que el papa fuera un señor listo y con buena pinta, como el arzobispo alemán George Ganswein, a quien en el Vaticano llaman George Clooney. Era el secretario de Benedicto XVI, pero al viejo papa no le dio tiempo de nombrarlo cardenal y Francisco lo quiere echar de sus aposentos vaticanos. Hay que ver de todo lo que se entera uno. Yo una vez conocí a un barbero del papa Juan Pablo II, que le sacaba a una amiga mía cosas del economato del Vaticano, donde es todo baratísimo. Mi amiga le decía: “Tráeme un televisor” y se lo traía por cuatro perras. Los cardenales ganan entre 4.000 y 7.000 euros al mes, lo he leído en alguna parte, y hay más de 200 repartidos por todo el mundo, aunque sólo ciento y pico tienen derecho a elegir al nuevo papa, aquellos que no hay cumplido 80 años. Estas son cosas propias de la semana santa, como las procesiones de mi pueblo. Cada vez que aparecía la Verónica abriendo el desfile, mi madre me largaba el rollo de que la Verónica era una señora muy buena que le prestó a Cristo una pañoleta para secarse el sudor, la sangre y las lágrimas. Aquí, en el Puerto de la Cruz, la Verónica es una imagen chiquita que tiene cara de asombrada y porta el paño correspondiente. Pero en el Puerto ya no hay calles y entonces las procesiones son breves porque las mesas de los bares no las dejan circular. Es que hoy en día no hay respeto por nada, diría también mi madre.