por qué no me callo

¿Lo de la paz va en serio?

¿Viene caminando la paz? La pregunta no se la hacemos al socorrido ChatGPT. Nos la hacemos a nosotros mismos. El desfile de Sánchez, Macron y Von der Leyen por los fastuosos palacios de Pekín para congraciarse con Xi Jinping, toda esa parafernalia, ¿obedece a algún propósito serio o es una pérdida de tiempo? Estamos al tanto de algunos movimientos, leemos las noticias de Kiev, sabemos qué respira henchida la OTAN con Finlandia a bordo, qué opinan unos y otros. Hasta hemos escuchado por primera vez hablar a Zelenski, por boca de un adjunto, de negociar Crimea, o sea de renunciar al territorio anexionado por Rusia en 2014. Conocemos los flirteos del presidente chino con un posible acuerdo de paz. El escepticismo preventivo de Biden. En fin, el único que calla es Putin. Miente más que habla, luego su silencio es lo único sincero de su discurso. Sánchez abrió esta ronda de visitas a Pekín. En La Mareta, después, se encerró a descansar y a darle vueltas a la esfera del mundo, como hacía el padre de Kennedy cuando señaló a Canarias para explicarle a un niño futuro presidente lo que era una colonia. Ahora en el mapamundi todos estamos colonizados por esta guerra. Sánchez, que presidirá en junio Europa hasta final de año, va a tener que lidiar con esta hipótesis. ¿Serán días históricos o nuestro gozo caerá en un pozo? Si la carrera hacia la paz, que sugieren los indicios, no es una falacia, estamos a las puertas de acontecimientos en 2023. ¿El año de la paz?
El papa Francisco ha pedido un último esfuerzo para pacificar esta III Guerra Mundial “fragmentada” en Ucrania, Israel y otros frentes calientes. Llevamos más de un año tentando al diablo que cruzó la raya en 1914 y 1945. Nuestra modesta aportación insular está almacenada justamente en Lanzarote, donde Sánchez ha querido guardar un hermético retiro por temor al síndrome de burnout o por estar full time para un desafío de tales dimensiones. Apetece creer lo segundo, que Macron, Sánchez, Leyen y Xi Jinping están jugando en el mismo bando de la paz. Decía que nuestra contribución a esta liturgia consiste en dos misiles ya legendarios, un scud de la antigua Unión Soviética y un lance M-251 estadounidense, que duermen en un depósito de Lanzarote el sueño de los justos a la espera de hacer realidad el monumento de Manrique a la paz.
Las expectativas las creó el propio presidente chino, que llevó su plan de paz de 12 puntos al Kremlin el pasado 20 de marzo. Acababa de mediar entre dos archienemigos como Irán y Arabia Saudí. Y con esa carrerilla se plantó en Moscú a ver a Putin. Después se dispuso a recibir a los líderes de la UE. “Sé que puedo contar con usted para hacer volver a Rusia a la razón y a todos de vuelta a la mesa de negociaciones”, le dijo el francés, calcando el mantra del español, tras ser recibido en la plaza engalanada de Tiananmén ante el imponente edificio del Gran Salón del Pueblo. Y el todopoderoso emperador asiático, recién coronado para un tercer mandato, con el plácet de la Constitución para gobernar indefinidamente, como un Mao Tse Tung resucitado, hizo una concesión a sus huéspedes europeos: está dispuesto a reunirse con Zelenski en el momento adecuado. Si esta guerra ha de terminar con el Nobel de la Paz para el ingeniero químico que preside China y que en junio cumple 70 años, pues bienvenido sea. Un día de noviembre de 2019 hizo escala en Tenerife para ver el Teide, en tanto su amigo Putin, camino de Moscú, aterrizaba también en la isla, quizá mas interesado en ver el cielo, cuando abonaba la idea de instalar aquí el telescopio ruso mayor del mundo. Así se escribe la historia, entre idas y venidas, bajo el volcán de la guerra y el firmamento de la paz.

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