tribuna

Yolanda en Magariños

Bueno, ya está. Ya se acabó el proceso de escucha. Y ahora qué. Yolanda Díaz tiene ocho meses para remontar unas encuestas que son las que son. Lo malo es que en esta carrera están todos, y ninguno se va a quedar quieto. Inaugura un nuevo feminismo, con lo cual ya son cuatro: el de Pam, el de Carmen Calvo, el de ella y el de las señoras del PP, que también dicen tener el suyo. Demasiadas acelgas para un potaje. Viene exhibiendo su reforma laboral, olvidando que salió adelante por un error del inefable Casero. También trae una serie de innovaciones por las que, según ella, están interesadas todas las universidades del mundo mundiales. En fin, qué quieren que les diga. Se fue a Magariños, con capacidad para 3.000 personas, cuando su antecesor y mentor, Pablo Iglesias, metió a 9.000 en Vista Alegre. Ya se sabe que eran otros tiempos y todavía no habían empezado a escapársele sus correligionarios. Esta noticia viene incrustada en un domingo donde la gente anda en carretera para empezar sus vacaciones.
Están pensando más en la playa y en la cervecita que en la urgencia del cambio. ¿Y Pedro Sánchez? En Barcelona, a lo suyo, con Illa y Colboni, pensando en montar un tripartito para quitarse de encima a Trías, que amenaza con ganar, a pesar de que en los últimos sondeos cede ante el PSC. Colau y Maragall van a la baja. Aquel es otro mundo. La esperanza está en Ceuta y en un feminismo, con velo incluido, que aún no se explica cómo han dejado tirados a los polisarios. En Andalucía aún no se han repuesto del varapalo que les dio el PP, pero confían en recomponerse. De Galicia no hablemos. En fin, con este panorama tiembla España con la fiesta del colegio del Estudiantes, la antigua casa de Pedro Sánchez, que en Madrid es algo así como ser colchonero. No hay mucha más tela que cortar. Soraya dice que no quiere tutela, pero yo creo que ya ha tenido bastante en los últimos meses donde le han ido preparando el dornajo entre todos. La cosa no está como para tirar voladores. Carla Antonelli arropa. No sé qué dirán en Ferraz. Igual la han mandado de submarino para decir que también está allí y que nada se les escapa, por lo que pueda ocurrir. No sé.
Todo es muy raro. Entramos en la semana de Pasión y adelantamos los flagelos al día en que Jesús llega a Jerusalén. Cuando regresemos de la costa, después de escuchar los clarines de las procesiones en Málaga y en Sevilla, la cosa pintará de otra manera, y España volverá a cantar el novio de la muerte, que no es patrimonio de Vox ni del PP, ni de nadie. Sin tutela, igual que Yolanda: libre por la alameda, desfilando detrás del Cristo de la Buena Muerte, al paso de la cabra. Los balcones de la calle Larios estarán repletos escuchando las saetas a la Zamarrilla, y sus dueños habrán subido los alquileres, como corresponde a un tiempo de crisis. Cuando regresen, con los oídos todavía repletos del sonido de las trompetas, ya no quedará nada de Yolanda. Solo el recuerdo, y el comienzo feroz de la campaña para el próximo 28 de mayo, que es donde se decidirá todo.

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