en la frontera

El ser humano

Si hoy hablamos de crisis de la modernidad tenemos que admitir que este estadio no se resolverá por una renovada afirmación de la cultura moderna, es decir, por la proposición de un nuevo paradigma absoluto, omnicomprensivo, cerrado y definitivo sobre el ser humano. Pero tampoco puede resolverse con un conformista escepticismo o con la reducción de la acción humana a la consecuencia de un entretenido y trivial juego de interpretaciones. Solo un impulso creativo y expansivo del ser humano puede abrirnos nuevos cauces para un efectivo crecimiento. ¿Crecimiento en qué? En humanidad, especialmente en plena operación tecnoestructural de control y manipulación como la que hoy viven nuestras sociedades.

En este contexto, debemos recordar que el ser humano es, sobre todo, un ser de sentido. Es un ser capaz de descubrir el sentido de las cosas o los posibles sentidos que encierran, y, por ello, es capaz también de dotarlas de un sentido. La exploración y colonización de la realidad no es una pura receptividad cognoscitiva pasiva, ni una ocupación mecánica, instintiva, o evolutiva de nuevos hábitats. Se trata más bien de acciones, no solo calculadas, sino también eminentemente creativas, es decir, que ponen en juego la capacidad creadora del hombre, al concebir y aplicar nuevos sentidos -distintos, o más plenos y más completos, o “un mejor sentido”- a su existencia. Dotar de sentido a la acción es poner en juego la libertad, es elegir. Hoy, en tiempos de ideologías cerradas, con el poder público en expansión a la caza y captura de adeptos e incautos, especialmente. Elegir, dotar de sentido, es una elección a largo plazo, que si es una auténtica elección exigirá de nosotros, congruentemente, coherencia y autodisciplina, porque toda elección comporta de algún modo -derivadamente, si no es enfermiza- autonegación y contrariedad, consecuencia necesaria del ser limitado del hombre. Un gerente público cuando elige una de las varias ofertas que se han presentado a una licitación pública que cumplen los requisitos establecidos en los pliegos, está eligiendo, está optando, y eso significa que debe justificar cuál es la mejor oferta a partir de su función de servicio objetivo al interés general.

En fin, ¿cómo, pues, debe ser el hombre? Más humano. Más libre, más racional, más comunicativo y afectivo, más respetuoso con la realidad, más innovador y creativo. Ser más y crecer significa solventar nuestras carencias. Para eso se necesitaba atender, escuchar. Cuando nuestra civilización no es capaz de dar respuesta satisfactoria a tantos problemas como se le plantean, tenemos una obligación especial de prestar atención a las reclamaciones que desde los puntos más dispares se le hacen, y que a mi juicio constituyen en muchas ocasiones otras tantas llamadas a las que tenemos la obligación moral de responder. Es decir, estamos ante la obligación moral de responder a las expectativas frustradas, a las aspiraciones insatisfechas, a las reclamaciones desatendidas, y debemos encontrar una respuesta creativa, renovadora, que abra al hombre nuevas oportunidades de crecimiento y mejora.

Hoy, en un momento delicado por la aguda y profunda crisis económica y financiera que nos asola, es relevante que desde la gestión pública se puedan atender de la mejor manera las reclamaciones y reivindicaciones de los sectores más golpeados, de las personas más desfavorecidas, de quienes no tienen voz, de quienes están pagando los platos rotos por otros actores del proceso económico y financiero. No atender estas demandas, y lo que es más grave, castigar al pueblo llano con la factura de lo que está aconteciendo constituye una de las más lamentables manifestaciones de la ausencia de ética en el ejercicio del quehacer público.

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