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Poco ambiente

Me reina que la participación electoral va a ser escasa. Tengo ese presentimiento y observo desinterés en el distinguido público. Aunque los candidatos hayan empapelado hasta las guaguas no veo ambiente de querer cambiar -o de no querer cambiar- las cosas. A lo mejor es porque el distinguido público cree que ya nada se puede cambiar, porque a este país no hay quien le dé la vuelta. Si les digo la verdad, a mí me da igual. Yo no veo la tele sino por lo de las series; ahora estoy siguiendo, en Netflix, una serie horrorosa, mexicana, de mariachis, pero me parece que el de hoy será el último capítulo que aguante. Me pica la cabeza de tanto sombrero mexicano. El colmo de las series fue una colombiana de tropecientos capítulos en el que la enamorada Gaviota viaja a Nueva York a buscar a su novio, desde Colombia, porque le robaron el móvil y no se sabía el número de memoria. No podía preguntar a otro el dichoso número del celular, sino que tenía que ir a N.Y. a buscar al nota. Es la serie más estúpida que he visto, junto a otra de una vendedora de coches de alcurnia que se enamora del tipo más hortera del mundo, que regala peines y rascadores de espalda, un tal Méndez. Oiga, yo me reía pero de lo cutre de la trama, en la que destacaba un tal Lucianito, un pijo que no se excitaba con las mujeres si no olían a perfume de colectivo o a miasma de coche de servicio público. Vaya guion retorcido, coño. O sea, como que si el colegio electoral no huele, el domingo, al gallinero del Teatro Topham uno se tiene que quedar en su casa, porque no sería capaz de meter el voto en la urna. No sé, yo creo que el mundo se está acabando.

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