El pasado martes 13 de junio murió Cormac McCarthy. Su vida es un atajo de delirios. Nació en Providence, pero con tres años su padre (que era abogado) hizo trasladar a la familia a Knoxville (Tennsessee). Allí se establecieron sus relaciones sociales y particulares, como su primer matrimonio con una compañera de clase y su primer hijo. Y ahí una llamada sideral: Europa. Por sus antepasados, antepasados que configuraron su ser: cambiar el Charles de su nombre por el Cormac de Cormac Mac Airt, el famoso rey de Irlanda. Pisó y se entusiasmó por la maravilla de Tenerife, cuando su barco zarpó aquí, y visitó Irlanda, claro, Francia, Italia y buena parte de España. A mediados de los años 60 comienza su producción, transida por la violencia que parece indiscriminada: asesinatos obscuros, niños abandonados, criminales en serie… Eso ocurre con sus primeras novelas: El guardián del vergel, La oscuridad exterior e Hijo de Dios. Pero faltaba el ajuste definitivo de la vida de MacCarthy: el traslado hacia el sur, mediados de los años 70, El Paso (Texas). Y ese rumbo produjo uno de los logros más admirados de uno de los mejores novelistas de todos los tiempos: la frontera en conflicto, por guerra, costumbres e idioma, inglés frente a español. Esa línea muestra la desproporción del norte frente al México arrasado: los grandes territorios requisados que se convirtieron en el sur de EE.UU. Y de esa prolongación nace una de las más grandes novelas que se conocen en el mundo: Meridiano de sangre. Y se dice que el autor consagra en sus escritos la violencia como principio incondicional. No es cierto. Lo que leemos del gran MacCarthy es un repudio manifiesto por la ferocidad que es la sustancia del hombre y del mundo. Eso repasamos en tres novelas portentosas: la mentada Meridiano se sangre y el enfrentamiento entre el maléfico juez Holden y el Chaval, La carretera y la lucha del padre por salvar al hijo en un mundo desproporcionado y su testamento personal que es No es país para viejos. La primera parte de la obra de MacCarthy pasó desapercibida hasta que en 1992 lo encontró el éxito incondicional por la delicada, sensitiva y en momentos apabullante Todos los hermosos caballos (y la segunda parte de la trilogía, En la frontera). Murió Cormac MacCarthy. Su joven tercera esposa Jennifer Winkley y su hijo John lo llorarán; igual que quienes lo admiramos y echamos de menos que los sabios del Premio Nóbel no se lo dieran por rebelde.