No tengo remedio. Hasta el final, hasta que escriba el último artículo, seré considerado como un chico terrible de la profesión, aunque de niño tenga lo que Pablo Iglesias de arzobispo. Es un trauma que llevo encima y del que no me desembarazo ni arrancándome la piel. Por eso rara vez hablo de política y por eso los disgustos que he tenido en esta profesión, que han sido realmente pocos para los años empleados, me los ha causado la política. Cada vez que se celebran elecciones sube al poder un enemigo y, claro, así nunca me darán el premio Canarias de nada, ni me admitirán en la Academia Canaria, ni me entregarán el payasito de oro de la Ni Fu-Ni Fa, ni la insignia de oro y brillantes del Tete, ni tampoco me harán hijo predilecto de mi pueblo (porque se opondría la izquierda), ni me entregarán su medalla de oro (porque se opondría la derecha). Así que soy, literalmente, un viejo cromo y lo seré hasta el final de mis días, que no debe estar lejos porque no camino, engullo lo que no debo y sigo haciendo lo que me sale de los cojones. Los premios son muy cansados de recibir, por eso he hecho lo posible para que no me los concedan y, además, yo soy incapaz de engordar mi currículo, porque mi currículo nació gordo y no le hace falta que nadie le añada peso. Ayer llamé tres veces a Alarcó y no me cogió el teléfono, yo creo que porque está molesto porque lo defienda ante quienes le hicieron la cama turca. Pues nada, a callar. La gente amiga ni siquiera desea que yo la reivindique, así que he perdido toda ocasión propicia para reconciliarme con el mundo y esto que les digo es bastante triste. Y lo será hasta el cercano final.
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