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La democrática molicie de sus señorías

Pueden poner este artículo a continuación de otro mío del miércoles. A los señores diputados, normalmente entregados a la molicie, les ha dado ahora por el besuqueo. La presidenta que fue de la Mesa de Edad constituyente, Lucía Olga Tejera me parece que se llama, tendrá que desinfectarse las mejillas de tanto rozamiento chic to chic el día inaugural. ¿Por qué se besan con insistencia los diputados y diputadas? ¿Por qué no se estrechan la mano, como corresponde a una institución a la que se supone seria? Después del covid, los instintos besuqueones deberían haberse moderado, pero, no; no señores. Todo lo contrario. Incluso hubo apretones; de ellos y de ellas, algo que no debería practicarse en la cámara, digo yo, sobre todo por una cuestión de formas y hasta de higiene. ¿Será todo esto el prólogo a una democrática molicie, a una legislatura de lametones sin fin, a un periodo legislativo restregón? Ojalá que no. No es que me haya vuelto yo un inquisidor, un Torquemada, pero me preocupa el audaz confianzudeo de sus señorías, la euforia sentimental desatada, la algarabía cameral, la cercanía de ellos, de ellas y de elles, si procediera en este último caso. Ahora mi preocupación, antesala del insomnio, está en que aquello se convierta en El Congreso se divierte, la celebrada (por el público de la época) película de Curd Jürgens y Lili Palmer. Ay, Dios. Canarias es diferente del resto de España, aunque el godo es también zafianco (confianzudo al verre) por regla general, así que en la cosa del restregón nos parecemos todos los habitantes del país, meseta arriba, ínsulas abajo. Digo yo que será sólo al principio, antes de que los miembros del circo se empiecen a tirar de las greñas al uso de Taiwán o de Corea del Sur, un suponer. Y eso.

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