Murió ayer, en el Puerto de la Cruz, Mari Carmen. Mari Carmen la de los muñecos. Estaba mal, tenía 80 años y se había retirado de los escenarios. Representó a una generación de humoristas de la Transición. Se atrevieron a ir más lejos en los finales del franquismo, ella y Moncho Borrajo, que también reside entre nosotros y cuyo reciente homenaje se ha truncado, pero se volverá a iniciar pronto. Como Miami Beach, el Puerto de la Cruz es el sitio ideal para el retiro, para el descanso del guerrero. Ya lo dijo el gran arquitecto Sartoris, que ideó una residencia para artistas jubilados, un alojamiento de lujo, cuyo boceto me regaló, pero que no salió en su día. A Isidoro Luz no le dio tiempo de acometer el proyecto, aunque pretendió reiniciarlo cuando lo nombraron presidente del Cabildo. El Puerto de la Cruz tiene cuatro asuntos pendientes: a) el monumento a Los Beatles; b) la residencia para artistas jubilados; c) el Festival de Cine Ecológico, interrumpido incomprensiblemente; d) el Festival Internacional de la Canción del Atlántico, que murió joven, todavía más incomprensiblemente. Aun se cantan las canciones de este certamen, muerto de repente en 1971. A ver si aparecen promotores con sentimiento, capaces de hacer realidad estas cuatro iniciativas. Ayer, en la calle, Mari Carmen sufrió posiblemente un infarto y quedó sobre el asfalto. Era una artista enorme, no mereció este final, pero al menos en el Puerto de la Cruz había encontrado el sosiego de sus últimos años felices. Con ella mueren varios más, entre ellos la inigualable doña Rogelia. Mari Carmen fue sutil, amable y buena persona, pero ahora ya no está, se ha marchado al Cielo con sus muñecos. Parece mentira, hasta hace muy poco andaba a cuestas con sus personajes de cartón por los escenarios de la vieja España.