superconfidencial

Mi abuelo

Mi abuelo Pedro era un hombre muy culto, de puntualidad británica. Había estudiado Derecho en Sevilla, como su padre, y cuando se hizo mayor -murió a los 96, si no me equivoco- le entró la prisa. Llegaba media hora antes a sus citas, por si se le hacía tarde, y yo sufría las consecuencias de su apuro, porque era su chófer. Era conmigo con quien iba a todas partes. Conmigo y con mi abuela. Era mi abuelo un caballero, aunque no un santo. En cierta ocasión transitaban con su Hispano-Suiza por la carretera de Las Arenas, él y su chófer oficial, al que apodaban Cucho. Era de noche. De pronto sintieron un golpe en el capó, se bajaron y vieron que habían atropellado a un hombre. Al herido le faltaba una de sus piernas. Mi abuelo le gritó al chófer: “¡Cucho, le hemos cortado la pierna a este desgraciado!”. Lo metieron en el coche y se dirigieron a la casa y consulta del médico don Santiago Ingram, un doctor inglés afincado en el Puerto de la Cruz, un gran galeno. Lo acostaron en la camilla y mi abuelo le contó al médico lo que había ocurrido. “No se preocupen”, les dijo el doctor, “ustedes no fueron los que le cortaron la pierna; fui yo, tras otro accidente que tuvo. Y está bien, no le va a pasar nada”. Resulta que el ya cojo era un habitual de meterse delante de los coches cuando no debía e Ingram le había tenido que amputar una pierna tras un lance anterior. Mi abuelo y Cucho respiraron tranquilos, el doctor Ingram le curó al cojitranco un par de magulladuras y lo llevaron a su casa. Mi abuelo se asomaba a la ventana del cuarto de estar de su vivienda, en la plaza del Charco, y medio Puerto pasaba por allí a saludarlo. Era un hombre muy querido.

TE PUEDE INTERESAR