tribuna

Mi visita a las Cortes españolas (1)

Por Antonio Salgado. | Corría el año 1978. Para aquellos que no tengan el tratamiento de “señoría” y deseen entrar en las Cortes, concretamente para asistirá a un pleno del Congreso, deben proveerse, antes de nada, de la correspondiente invitación, que puede facilitarla, por ejemplo, cualquier diputado. Como la Comisión de partidos ya empieza a trabajar a partir de las once de la mañana -con vistas al pleno de la tarde-, es esa precisamente la hora ideal para personarse en las Cortes, cuyos conserjes de la puerta principal -más pendientes en aquellos momentos de saber si definitivamente Yugoslavia-España era televisado enteramente por la primera cadena, que del público que por allí merodeaba- preguntan “que qué quiero” (Aseguran que al que va impecablemente vestido ni le miran; el que va bien emperchado pasa desapercibido, pero el que muestre barba y melena le tienen media hora en la puerta pidiéndole hasta la partida de nacimiento…).

-“Estoy citado con la diputado Esther Tellado, que quedó en proporcionarme una invitación para tener acceso al pleno de esta tarde -le digo al que aún sigue con la incertidumbre del televisivo futbolístico”.

-“¿A qué grupo parlamentario pertenece la señora?”.

-“Al de U.C.D.”.

-“Haga el favor de pasar a aquella habitación”.

Y paso. Y tras llenar un impreso poniendo el nombre de la persona con quien intento entrevistarme, y entregando mi carnet de identidad, me alargan una escarapela con pinza, me la trabo en la solapa y de reojo leo: “Cortes Españolas. Esta tarjeta se facilitará previa entrega del carnet de identidad, permiso de conducción o pasaporte de visitante”. Tal credencial va firmada por el letrado mayor.

El impreso lo tiene ahora un ordenanza que me dice:

-“Haga el favor de seguirme”.

Y le sigo por aquel laberinto de maderas; por aquellos dédalos de pintura y retratos antiguos; de pasillos llenos de mamotretos, folios y boletines. El ordenanza pregunta aquí y allá; en el bar; en la biblioteca. De repente se para y me pregunta:

-“Oiga, ¿esa señora diputado es pelirroja?”.

-“Pelirroja, guapa y atractiva, como todas las mujeres canarias —me sincero y de paso le pongo en orbita la fama de nuestras féminas”.

Los datos son suficientes. Toca en una puerta próxima, penetra y al instante sale acompañado de nuestra diputado isleña. Y le digo a Esther que me ha sorprendido la poquísima vigilancia que he encontrado para entrar en las Cortes y ella se encuentra aún más sorprendida porque cuando el ordenanza le dijo que “fuera preguntan por su señoría” creía que el que suscribe estaba en la portería. Y yo me encontraba en los aledaños del popular hemiciclo con una abultada bolsa negra que nunca inspiró la más mínima sospecha, coyuntura que hasta cierto punto me desilusionó…

Tellado tenía que incorporarse a su grupo, me facilitó la invitación y cuando intuía que el ordenanza estaría esperándome para acompañarme hasta la salida observé que había desaparecido. Yo no tenía ninguna prisa y me dediqué a examinar punto por punto el edificio y departamentos. Tras una hora de entrar aquí, sentarme allí, decir buenos días y leer la prensa de la mañana en la biblioteca sin que nadie me dijera absolutamente nada, decidí marcharme.

Cuando enfilo la Gran Vía, que por la noche se ha convertido en zona peligrosísima, con macarras, prostitutas, “damas de noche” y garrote- sigo acordándome de las insólitas facilidades de acceso que he observado en las Cortes Españolas, así como el inolvidable e impagable show que la noche anterior en el Aeropuerto de Barajas, presenciamos, gozamos y sufrimos durante tres imborrables horas, Esther Tellado, Alfonso Soriano y un servidor, cuando nuestro presidente de la Junta de Canarias, queriendo poner remedio y solución a la comprobada discriminación que padece el isleño en la Aduana de dicho Aeropuerto, denunció -con nuestros apoyos- unos hechos que pusieron en vilo, despertaron y alertaron a las fuerzas más vivas de Barajas que por lo menos comprobaron la inquebrantable energía de Alfonso Soriano y el indesmayable tesón de Esther Tellado.

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