tribuna

Mi visita a las Cortes españolas (y 2)

Antonio Salgado.| A simple vista -y no deja de ser una opinión muy particular- el hemiciclo de las Cortes Españolas es como un Teatro Guimerá pero más político e iluminado. Allá arriba, en la tribuna, uno tiene sus limitaciones. La misma invitación lo especifica: “los espectadores guardarán silencio, así como el mayor respeto y compostura, sin hacer demostraciones de ningún género. Los que de cualquier modo perturbaren el orden serán expulsados de la Cámara, y si la falta fuese de mayor importancia, se tomará la providencia a que haya lugar”.

Ya nos lo habían anticipado: Fraga Iribarne es el único que siempre llega puntual a los plenos. Exacto. Los pudimos comprobar durante dos días consecutivos. A las cinco en punto de la tarde, cuando el hemiciclo aún está en penumbras, cuando los empleados están colocando sillas en la presidencia y poniendo las correspondientes botellas de agua y vasos, surge Fraga, muy juvenil, con sonrisa de chiquillo. Luego, con gafas, se pone serio y tiene semblante de catedrático jubilado. Trae un manojo de periódicos con el sólo afán de mirar apresuradamente los titulares. Cuando llega López Bravo -perfectamente conservado- saluda a Fraga y éste le responde sin apenas levantar su mirada de los matutinos y vespertinos; a continuación se quita las gafas con rabia, de un tirón, y conversa.

Poco a poco la Cámara se va poblando. Los escaños, en realidad, son mullidos pero incómodos y estrechos; cuando hay que pulsar los botones de la electrónica más de un obeso lo pasa mal. Este mundo de la computadora y del resultado en milésimas de segundos queda reflejado en los laterales de la Mesa en seis iluminados casilleros que especifican tiempo, presentes, sí, no, abstenciones y nulos.

En la mesa de prensa vemos a Alberto Delgado, el famoso y televisivo informador parlamentario, del que dicen se sabe de memoria todo el articulado de los senadores y diputados. Como siempre le vemos sentado en la pequeña pantalla, ahora, de pie, nos resulta recortado.

-Por favor; ocupen sus escaños. Guarden silencio. Con estas palabras casi, casi colegiales, el presidente del Congreso, Álvarez de Miranda, inicia el pleno del día. Algunas veces se permite sus bromas. El hemiciclo quedó prácticamente vacío y dirigiéndose a los escaños presentes, ironizó:

-Otra vez ha habido fuga de cerebros…

Allí, en la Cámara, lo más laboriosos son los taquígrafos y las señoritas encargadas de las estenotipias. Unos y otros se turnan en pocos minutos y tenemos la impresión de que la nómina por este apartado debe ser de mucho cuidado porque nosotros contamos hasta quince funcionarios.

Desde allá arriba, desde la tribuna de invitados, uno se lleva tanto chasco como desilusión, ya que mientras los diputados leen públicamente sus enmiendas, interpelaciones o proposiciones de ley, allá enfrente, en los mezquinos escaños, se duerme, se hacen dibujitos, se hojean periódicos -Interviú es la revista preferida-, se habla en grupitos, se emborronan cuartillas para engañar al bolígrafo y el que en aquellos momentos tiene el uso de la palabra se ve obligado a forzar ésta para hacerse oír, mientras Álvarez de Miranda pide silencio o hace señas para que se atenúe el voltaje de la sala con el objeto de evitar calor.

Los diputados, como chiquillos, no paran un momento. Se levantan, salen, regresan; no calientan asientos, visitan al amigo más próximo; vuelven a salir, vienen disparados cuando el timbre de la Mesa les anuncia votación… y a todas estas el bar haciendo su agosto en octubre.

En fin, a vista de pájaro -léase tribuna-, Marcelino Camacho, con corbata, parece asfixiarse. Carrillo fuma y ríe con ese rictus sui generis. Resalta la mesurada elegancia de Tierno Galván, Felipe González parece haber engordado. También es puntual el líder socialista. Pero cuando llega al hemiciclo deja su abultada maleta en el escaño y luego a los pasillos. En su asiento, y tras el cigarrillo, toma pastillas como tortillas. Arias-Salgado, pálido y aniñado, luce una soberbia de anaquel. Apenas habló. Siempre estuvo mascando chicle, caso único en aquel pleno, donde miró de soslayo a casi todo el mundo. Y sin ningún género de dudas, la más guapa y atractiva de la Cámara, Esther Tellado. Tinerfeña tenía que ser.

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