La desaparición de la UCD y el fracaso del CDS obligó a la Alianza Popular, de Fraga Iribarne, a un viaje al centro que no ha concluido todavía, y a una refundación como Partido Popular. Se configuró así una derecha democrática española, que integró a los restos del tardo franquismo tecnocrático y pactó con los nacionalismos de la derecha, el Partido Nacionalista Vasco y la Convergència i Unió de Pujol. Esos pactos han devenido imposibles por el hundimiento del pujolismo y el auge del independentismo catalán, por una parte, y, por otra, la radicalización de la derecha vasca, obligada por la consolidación de EH Bildu, ante los que tienen que hacer méritos independentistas. Por si no fuera suficiente, algunos de sus militantes de la derecha más radical se escindieron en un nuevo partido, Vox, sin contar con el cual no parece posible plantearse gobernar ni en el Estado ni en las Autonomías, porque se ha convertido en la única alternativa de pacto viable para Núñez Feijóo. En el centro surgió Ciudadanos, un proyecto fracasado, como todos los proyectos de la derecha liberal centrista española. El gran problema para los populares es precisamente que se han quedado sin opciones de pacto fuera de Vox, un partido que ha asumido los principios de la derecha radical europea y que, en consecuencia, es un aliado muy incómodo y muy fácilmente atacable por toda la izquierda y por todos los nacionalismos.
Uno de los flancos débiles de Feijóo que Pedro Sánchez explotará reiteradamente son esos pactos de los populares con Vox, un partido que, nos guste o no, tiene miles y miles de electores en toda España, cuya voluntad no podemos ignorar en democracia. El otro flanco débil de Feijóo es que Pedro Sánchez es infinitamente mejor comunicador -y mejor político-, y que, por consiguiente, puede vencerle con cierta facilidad en un debate televisado con dosis masivas de demagogia y populismo. Por eso, el debate en el que se enfrentarán los dos será uno de los momentos más peligrosos de la campaña electoral para el líder popular. En todos estos años, el centro derecha español ha estado liderado por políticos peores comunicadores y peores políticos que sus adversarios de la izquierda, que, además, se han apoyado en una pretendida superioridad moral y han utilizado el derechismo en términos descalificadores.
El paradigma fue Rajoy, que pareció aceptar esta descalificación hasta el punto de que, desde la pasividad y la torpeza, apenas alteró la legislación socialista que había heredado. Y está por ver lo de derogar el sanchismo. Se suponía que los populares, y en especial sus candidatos, tenían muy claro que su única opción de pacto allí donde no alcanzaran una mayoría absoluta era Vox. Y que sus antiguos compañeros no se lo pondrían muy fácil, por lo que habrían diseñado una estrategia conjunta para minimizar los efectos negativos de esos pactos. Pues bien, nos encontramos con la enorme sorpresa de que esa estrategia no existe, de que en cada Comunidad Autónoma los populares parecen superados por la situación y adoptan estrategias diferentes, y una candidata en Extremadura descubre ahora los principios de Vox y les regala a los socialistas la presidencia de la Asamblea y la posibilidad de unas nuevas elecciones. Ni siquiera Groucho Marx lo hubiera superado.