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Sueño de final de primavera

Bajo uno de esos amaneceres rotos por el sol que de vez en vez se forman en el cielo portuense, me sobreviene un extraño sueño de final de primavera. Yo había ido a vivir a Madrid, al piso que me arrebató la crisis, y ejercía el periodismo de chaqueta y corbata, el que no me gusta. Había entrado en la Cope, que me da que era una finta hacia el diario Pueblo, donde realicé prácticas de diseño cuando terminé la carrera de Periodismo; la primera, que entonces era ingreso, más tres años, más reválida. Una vida dura, de cierto nivel, codeándome con la elite. En cincuenta y tres años de Periodismo es la primera vez que sueño con la profesión, así que el amanecer resultó ser raro de cojones. De un plumazo, se me puso delante ese más de medio siglo de trabajo diario e incansable y poco o nada reconocido y ni siquiera sentí pena de mí mismo, sino orgullo del esfuerzo, la incomprensión y la recompensa final exenta. Me situó en la época en que me pintó el primer retrato José Carlos Gracia, es decir yo debía tener unos treinta y cuatro años, porque ese retrato –que parece el de Dorian Gray- fue pintado en 1981. Dandismo puro, en una época en la que abrirse paso en esta profesión era difícil, aunque en el sueño nunca pierdo las formas sino que lucho, lucho mucho y con cierta habilidad para salir adelante. Barrio rico, cuadros caros y aparece hasta el dibujo de Oscar Domínguez que compré hace muchos años y que desapareció de mi vida, no me pregunten cómo. Es decir, que me sobrevino una etapa que pretendo borrar pero que de vez en cuando se cuela en mi memoria diurna y me perturba. Por fin desperté y volvía a ser yo, no sin alivio.

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