Para una persona de mi edad, los cambios en los correos electrónicos y en los servidores son costosos de asimilar. Ahora mi correo de Outlook me avisa de que tengo que hacer determinadas maniobras para no sé qué coño de seguridad, que tampoco sé si es un mensaje de estafa informática o es algo real. He optado por no hacer nada, porque te están dando el coñazo un día y otro día y lo voy a dejar así. Como tengo otro correo que no me da la lata, pues usaré éste. Pero es que, además, no tienes a quién acudir, porque ni te ofrecen un teléfono, ni una dirección de e-mail, nada. A pelo. Y uno ya no está para estos trotes de códigos QR y milongas. Existe un desprecio absoluto por los viejos y la informática; igual que los bancos, que nos han abandonado, excepto Cajasiete, que tiene unos empleados magníficos, como mi amiga en la distancia Maite Pleguezuelos, subdirectora de la oficina principal, que me hace la vida mucho más agradable. Deberían ascenderla. Y también el jefe institucional, José Manuel Garrido, que se pone al teléfono siempre que lo llamas. Pues ahora no sé si, llegado el día señalado, me van a cortar el puto correo que uso habitualmente, por un ajuste de seguridad que no necesito, porque yo utilizo el ordenador exclusivamente para las chorradas propias de cada día, no para copiar los archivos del Pentágono. Voy a dejar que llegue el día del corte a ver qué me ofrecen hacer, pero no pienso gastarme un duro en contratar a un informático, porque yo quiero una vejez cómoda, no un suplicio. Y lo siento por Hacienda: si me cortan el Outlook no me llegarán las cartas negras por ese medio, así que a tomar viento y a mandarlas vía Correos, que por cierto está al borde de la quiebra.