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Hablar de uno mismo

Todas las corrientes literarias y periodísticas, al menos las que yo conozco, se han sustanciado gracias a que los autores hablan de sí mismos. La novela más novela de todas las novelas, Cien años de soledad, nació porque García Márquez fabuló sobre su familia. Y, con ella, muchísimas más, que conformaron los movimientos literarios que no he citado. Ahora que releo a González-Ruano, como todos los veranos -he encontrado una foto de César y de su mujer montados en un camello en la portuense avenida de Colón, que enviaré a Carmelo Rivero con unas líneas-, confirmo que el periodista habla siempre de sí mismo y su Diario Íntimo, sus Memorias y sus artículos no son más que el relato de lo que le ocurría cada día al escritor. Esto es muy práctico y muy barato, ahorra a uno investigaciones sobre vidas ajenas, también nos evita leer lo que uno no tiene ganas de leer y esas cosas. Por ejemplo, divagaba César sobre si la entrevista era género literario o no, o si una mala entrevista es mejor o peor que un mal soneto, un suponer. Lo malo es malo siempre y me parece que no admite comparaciones entre la prosa y el verso. Pero hablar de uno mismo interesa al lector, lo he comprobado cuando obtengo cierto éxito contando lo que me va pasando por la vida, que a estas alturas no es demasiado relevante, pero vale para el puto folio. Las veces que vi a Umbral, cuando yo asistía a las reuniones de la agencia Colpisa representando a este periódico, siempre me lo encontraba huyendo, porque no le interesaba casi nada, sino entregar a tiempo el folio que alimentaba su ego y su estómago. Umbral también hablaba mucho de sí mismo, que es la calle de en medio por la que tiramos los que tenemos poco que decir.

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