decalcomanÍa 178

La flor de cactus

"Mejor blancura que piel tostada, arroz con leche que leche quemada, blanco inmaculado que prenda sin colada, lavadora que secadora”
María Luisa Hodgson

La flor de cactus de mi natero es flor de un día. Mañana estará marchita. Es una flor efímera como todas las flores, pero esta tiene prisa. Vista y no vista. No sé su nombre ni genealogía. Vive al margen de fuegos artificiales y cruzados, de debates electorales y de investidura, aunque tampoco va con el lirio. Pinocho no se la cuela. Es flor joven y vieja sin cara desencajada ni culo fofo. Es rebelde y sabia, tersa y con algunas púas en la cintura. Ajena al ruido no se la dan con queso.

La flor de cactus, atada a una maceta, sueña como la gaviota Juan Salvador. Sabe que no hay tiempo. Su vida es corta como un haiku, como un poema corto de Gloria Fuertes: “Lo primero, la bondad; lo segundo, el talento. Y aquí termina el cuento”. La flor de cactus es blanca, solitaria y altanera. Parece una antena parabólica, una cometa blanca aliada del gato Garabato, un espantapájaros con cerebro, un dron, un satélite, una espigada washingtonia con faja. Y por la noche es la caña. Baila atada a un corazón espinado, pegada al asiento de un coche. Soldadita marinera conociste a un sireno.

Está sola. Sola bajo la Osa Mayor, la Estrella Polar y la Luna Catalina. Presenta, ruborizada, sus pétalos ante las luces del Firmamento. Y balbucea canciones bajito. Aunque bailona no quiere alborotar a la fauna del mantilllo. Para eso ya está el gallo por la mañana temprano. Canta alto más de tres veces para su gente y el vecindario. Es un gallo hermoso, un pollopera sin tatuajes, sin pendiente ni bañador UHF (Un Huevo Fuera). En la playa y en los charcos también hay pollancas del país (y no tan pollancas) con tanga y tetas al aire. Es tendencia, en ocasiones enemiga de la apostura. ¿Quién quiere elegancia, donaire, cuando la vulgaridad impera? Encanta más quien tapa que quien enseña. Además, mejor blancura que piel tostada, arroz con leche que leche quemada, blanco inmaculado que prenda sin colada, lavadora que secadora, morir en la senectud con arrugas que de cáncer de piel tras la quimioterapia.

Alienta querer a la flor de cactus y a su belleza breve. ¿Y si paro el tiempo? El tiempo no puede pararse. Es una quimera, una entelequia. Entonces, exprimiré el tiempo hasta el fondo. Su corola es una dicha, una fortuna, un haz de luz en lo oscuro. Y de amanecida cuando muera, moriré con ella. Mejor que morir en vida. La alegría tiene sentido si con calores te zambulles en el agua y ríes. El dolor sin sentido es doloroso, es una barbacoa sin chocos ni chuletas, un perderse en justificaciones. Ahogarse en una tapia solitaria buscando obstinadamente un amanecer irrisorio.

El vegetal no se mueve si faltan caricias, brisa y cadencia. Necesita miradas e inclinaciones de cabeza con cerveza y tinto de verano. No es la felicidad. Hay más. No obstante, es un argumento, un guion del camino con senderos, cunetas y situaciones embarazosas. Antes o después llegan. Es la Ley de Murphy y la esperanza de que, al final, todo saldrá bien sin trampa ni cartón ni papita suave. La flor de cactus está seca. No es por el estío. Es su sino. Vivió alegre y poco en el hechizo del atractivo. No fue narcisa. Fue la gloria de su suerte.

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